Tuesday, September 01, 2020

Cuidado con el radiograbador


 


1 – La infancia tiene algo en común con las otras etapas de la vida humana. Hay pocos días geniales, hay pocos días horribles y la mayoría de los días son neutros. La gran diferencia es que uno mira al mundo con ojos nuevos. Todo está allí para descubrirse. El mejor descubrimiento de mi infancia fueron las músicas. Yo era un niño corriendo de acá para allá cantando mal un jingle de radio. Cantaba algo así como “un millón de labios cantan en el labio” pero no tan bien dicho sino pronunciado por alguien que le decía “matimonio” a un colectivo. Un millón de labios cantan en el labio es una gran frase, ahora que lo pienso. Tiene un gran poder poético. El Hippie Johnny vio y escuchó esto y, varios años después, llegó a la conclusión que iba a venirme bien escuchar algo con atención.

 

2 – Fue él quien me presentó la canción “Acuarela” de Toquinho. Fue una brillante decisión. Hasta el día de hoy sigo agradecido con él por esto. Él estaba deslumbrado con la letra de la canción, era eso lo que él quería que yo atienda. Y así lo hice. Es una bella letra. Pero hubo unos elementos extra que se aparecieron inadvertidos, aparentemente, por el tipo. Lujos de arreglos, una voz dulce, un solo de guitarra acústica al final del tema. Un par de auriculares les transmitieron a mis oídos unos maravillosos sonidos. Sonidos reproducidos por un aparato que yo no podía tocar, por ninguna razón tenía que tocarlo.

 

3 – Yo tendría unos 7 u 8 años. Entonces sería 1982 o 1983. En mi familia no teníamos mucha plata. Debido a esa escasez de dineros, todo era difícil de obtener. Y una vez que podías comprarte un radiograbador, lo cuidabas como si fuese un órgano vital. “Yo voy a manejar esto. Vos no toques nada. Si queres volver a escuchar la canción, me lo pedís y yo lo hago”. Esto fue más o menos lo que me dijo el Hippie Johnny. Quise volver a escucharla una vez más. Y otra vez. Y una vez más. Para la cuarta o quinta vez que le pedí que rebobine el casete, a él seguro se le hincharon las pelotas y ya no le quedó más alternativa que enseñarme a usar las teclas de la casetera. Nunca tocar “Rec”. Siempre presionar las teclas con poca fuerza. Cuando se dio cuenta que ya llevaba escuchando la misma canción unas diez veces, quizás más, me recomendó que les dé una oportunidad a las otras canciones del lado A y del lado B también. Bien ahí. Lo hice. Pude encontrar “Señorita”, “Esclavo de la alegría” y seguro algunas más que ya no recuerdo.

 

4 – Con solo arrancar ya podés sentir que estás ante la presencia de lo extraordinario. A los 18 segundos la voz de Toquinho. En castellano o en portugués. Al minuto 19 segundos él pone una segunda voz para hacerse coro a sí mismo. Repiten la intro y llega la segunda parte. A los 3 minutos 42 segundos el solo, ¡por dios, que solo! Parece algo eterno, sigue sonando mientras poco a poco la canción se va en un fade out. Hasta los videos que circulan por YouTube de esta canción remarcan que es una canción para niños. De niños afortunados. Niños a los que les graban canciones donde cada elemento puede distinguirse con claridad. Percusiones por acá, cuerdas por allá, el bajo no solo haciendo base, teclados y esa guitarra acústica que lleva una gentil melodía. Y un solo al final, virtuoso y sobrio, ajustado a lo que la canción pide. Exquisito.

 

5 – Hasta el día de hoy yo busco en toda canción estas maravillas. No del estilo sino de la confección. Puede ser más violenta, incluso para bailar con desenfreno o poguear o, todo lo contrario, para no moverse en absoluto. Pero tiene que tener ese carácter de evento sonoro único. A veces tengo suerte y lo encuentro. A veces no tengo suerte. No importa. He experimentado decenas de maravillas como “Acuarela”. El mundo está repleto de maravillas musicales. Es solo cuestión de ponerse a buscarlas.

 

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