Saturday, February 25, 2006

Esa música litoraleña

En diciembre del 2004 el amigo Juan Manuel alquiló un local y puso una librería, empujado por su mujer, en enero del 2005 alguien le llevó una cantidad de libros considerable de la editorial Losada, la colección Biblioteca Clásica y Contemporánea, de principios de los ‘70s. En febrero de ese año le compre el libro “Para comerte mejor” de Eduardo Gudiño Kieffer, es un libro del ’68. Sabía del autor gracias a que Enrique Symns lo cita en su libro Invitación al abismo en las notas finales. Recuerdo que estuve presente el mismisimo día que Juan compró el lote de libros y mencione al autor como si lo conociera de toda la vida (¡ah, mis vicios!). Hace exactamente un año estaba yo leyendo este libro en la plaza Mariano Moreno, sentado bajo la generosa sombra del pino, zafando del calor y las bajisimas ventas del puestito de libros y cds que teniamos. Le preste el libro a Juan pero no pudo darle bola por estar ocupado en sus propios textos. Ambos supimos soñar por años y finalmente publicar, para abril del 2005, la revista Sisifo Rabioso, pero duró solo un número, hubiera querido escribir y publicar algun comentario acerca de esta novela en esta revista, pero me ocupe de otras cosas. Esta nota es, pues, algo que tenía pendiente. (Juan Manuel: gracias por todo, perdón y buen viaje)
El personaje que más me gusta de esta novela es Flor de Irupe, mientras la leía en mi cabeza sonaban las hermosas canciones, algunas con aire litoraleño, de Jorge Fandermole, las del disco Navega (’02). Ese mismo año Juana Molina editó el disco Tres Cosas, en donde el frágil, inocente y hermoso espíritu de Flor de Irupe se siente presente. Ese aire fresco de río, barro, campo. Esa tristeza, esa alegría, la fuerza imparable de un personaje con el que Eduardo elige, sabiamente, terminar “Para comerte mejor”. Una delicada mujer sensible y simple aferrada a sus sueños, más fuertes que la sombría y cínica lucidez de Sebastian, siempre indeferente al amor de Ana.
Por su propia estructura no ortodoxa, el libro toca un montón de costas, sin anclar en ningun puerto. Los juegos de palabras son muchos, trae muchos homenajes a la literatura, a ciertos escritores en particular. Es un libro que sospecho anoréxico o bulímico, porque los personajes, en general, beben (ginebra, maté) pero no comen y uno de los personajes más desagradables (Doña Amparito) cae en la gula, aparte de su brutalidad. Diversas voces para contar un mundo en una época, esto es: Argentina – años ’67-’68. Pseudo hippies, la muchachada en el bar llorando en silencio la muerte del Che. T.S. Elliot y The Beatles. El fantasma del comunismo por doquier, la incomodidad que nos deja la mirada de Sebastian, decidiendo alejarse de un mundo en el que no quiere participar.
Como da a entender el autor, todos nacemos con un pedazo de muerte en nuestras entrañas, latiendo a contrapulso. De un momento a otro nos volveremos recuerdo para algunos, estadística para otros. Así, cuando Sebastian toma la decisión de dejar de existir, Flor de Irupe decide embriagarse de su milagro. Necesito citar a Juana Molina: “Olas y olas vienen del mar... Yo no sé que haré/si podré volver/no me quiero ir/me quiero quedar... Afuera esta bien, pero soy de acá/Yo soy mucho más de acá que ninguno de allá/aunque no sepa nadar” (El cristal). La voz de Juana Molina es la de Flor de Irupe, con 34 años de diferencia. La voz de Flor de Irupe es la voz de Liliana Herrero cantandole a los ríos Uruguay y Paraná. Es la “amada” en la canción “Oración del remanso” de Fandermole.
Así como este libro me hizo viajar por un montón de lugares sin moverme de una silla en una plaza calurosa en Moreno, en un momento (páginas 80-81-82) la novela y yo nos fundimos. Sebastian intenta leer en un banco de plaza el libro “Viaje al final de la noche” de Celine pero la jolgoriosa vida que sucede alrededor de él lo distrae. Lo mismo digo. Fue justo cuando Ella pasó delante de mí con su aire dulce, elegante, gentil, distraído, me gustaría que se llame Flor de Irupe, pero tiene otro nombre, un nombre que ví por todos lados este verano, incluso en este libro.

Thursday, February 16, 2006

1001 discos que hay que escuchar antes de morir - Reseña

En efecto, el libro “1001 discos que hay que escuchar antes de morir” trae reseñados esa cantidad de ediciones, todas ellas originales, esto es, no son recopilaciones de varios artistas. Sin excepción, todos tienen una columna de reseña, el año de edición y otros datos del disco. Aquí acaban las igualdades, pronto se destacan 4 formas diferentes de presentar un disco, lo cual parece indicar cierta relevancia de unos por encima de otros, algo así como cuatro grados distintos según la información presente en cada entrada. Hay discos que son presentados a 2 páginas: 1 foto de una página del interprete en cuestión (solista o grupo), el arte de tapa y la lista de canciones, tan solo 135 discos reciben este trato privilegiado, no sabemos el criterio que decide que disco lo merece y cual no. Hay discos reseñados en 1 página con el arte de tapa y la lista de canciones, son los más: 430 discos. Por último hay dos clase de discos, ambos reseñados de a dos discos por página y ambos sin lista de canciones pero un subgrupo de 360 discos trae un pequeño arte de tapa y el otro subgrupo de 76 discos no. De estos datos antes mencionados se infiere que: A: Hay 135 fotos de artistas, B: Hay 565 listas de canciones, C: Hay 925 tapas de discos, aunque varias (360) son muy pequeñas.
Aunque se tenga la inclinación a reclamar más listas de canciones o más tapas de discos grandes, el único reclamo que considero necesario hacer notar es el de ciertas omisiones, dicho esto teniendo en cuenta que es un libro que no olvido tener en cuenta a ciertos grupos o solistas (Gene Clark, United States Of America, Go-Betweens, Monks, Haircut 100, Associates, Electric Prunes, etc, etc) casi siempre ignorados por completo. No vale la pena puntualizar ejemplos pero creo que juntando esos “faltantes” quizas podríamos ver publicado otro tomo con 1001 discos más.
Por otra parte es de agradecer el orden cronológico de los discos que ayuda a ubicar el instante primero en que una música se editó y nos deja asombrados en como se relaciona en el contexto, tanto sea acompañandolo como criticandolo. Cierto es que hay más páginas para una década, la de los ‘70s, por sobre otras, otra clave para entender en que está pensando uno cuando habla de omisiones. En los ‘80s y los ‘90s pasaron más cosas, hay discos de la psicodelia, el free-jazz, el rock de la Europa continental, de Nueva Zelanda, de Latinoamerica etc, que bien podrían estar presentes.
Son 90 colaboradores los que aquí se agrupan, de diversas nacionalidades, muchos de ellos escriben para medios anglosajones, varios son de Australia. La editorial en español de este libro es Grijalbo y es del 2005, incluso hay 3 discos reseñados de ese año. Después de dos prólogos viene la lista de colaboradores, cada cual con su curriculum, algunos comentarios acerca de ellos son graciosos.
Aunque el subtítulo “que hay que escuchar antes de morir” nos causa gracia por su ingenio, no nos olvidemos que no solo el consumo cultural nos ocupa y que quedan otras tantas cosas por hacer antes de cumplir con nuestra obligada tarea de fallecer. Y que detrás de tanto tiempo almacenado en discos o archivos de mp3, entre tantas listas de discos y canciones, permanece la conmovedora fuerza de cierta música, que no es necesariamente “la mejor”, “la obligatoria”, “la imprescindible”, sino simplemente la música que nos apropiamos por hacernos emocionar y reflexionar y vivir mejor la vida.

Thursday, February 09, 2006

Limbo doce años después.

¡Hola! Me llamo Tunuya Maguya y quiero usar este espacio cedido gentilmente por Maco (sí, es otro pseudónimo, su nombre real es Omar) para contar algunas historias personales con diversos personajes y amigos ocurridas hace tiempo atrás, empezando hace 12 años y siguiendo a lo largo del camino, todas relacionadas a un disco de un olvidado grupo pop de los ‘90s llamado Limbo. El disco en cuestión se llama Ruidos en el cielo, dura casi 53 minutos, trae 12 canciones y no esta indicado el año de edición, pero supongo que es del ’92-’93. Todo empezó cuando el Mulo le regaló este cd a mi hermano Juan José, al cual no le gustó, en su momento no escuche este disco entero, lo pique apenas unos segundos por tema para decretar que no me gustaba a mi tampoco, un año después trate de venderlo o canjearlo y el tipo que atendía la disquería El Atril en Morón lo rechazó de plano, con una sonrisa sardónica en sus labios (“eso no se lo encajo a nadie”) con el correr de los años he encontrado títulos de verdad muy tristes en ese local, lo cual solo afirma que la sordera continúa. Recuerdo que en ese momento también yo estaba avergonzado de llevar este cd, lo tenía abandonado en un caja dentro de un ropero, lejos de mi colección de cds orgullosamente exhibidos en el living. Recién hoy, febrero de 2006, voy a registrarlo en mi lista de cds como parte de la colección, su tapa va a formar parte de las otras tapas escaneadas, pues ser sordo es aquí una cuestión de elección y puesto que hace un par de años cambie mucho en cuanto a gustos musicales, decidí entender si me gustaba o no ESCUCHANDOLO. Mi hermano Juan José le regaló al Mulo, por sugerencia mía, el disco de King Crimson – In the court of the crimson king en aquel 1994. Ese año nos juntamos en casa, de casualidad, la pesada del Oeste Ignoto: Toto (el más negro de todos), Javo (que eligió no ocultar su admiración por el hit “Sentidos” por lo que recibió nuestras cargadas de muchachotes brutos), José ( y su eterna sonrisa), Federico (y sus labios de neumáticos marca Jagger) y Diego (y su inocultable sex-appeal, el único de nosotros que indiscutiblemente garchaba) (Perdón por la falta de chicas, a mi gustaban muchas pero ellas no gustaban de mí). Cuando me accidenté y vinieron a verme recuperar el fede recordó al javo como aquel al que le gustaba Limbo y esto molestó al querubín, un año después, 1995.
Doce canciones, un signo del zodíaco para cada una de ellas en su costado, una chica muy hermosa llamada Maru cantando eso de: “quiero estamparte un beso”, una mujer que salió refuerte en las 3 fotos del librito. Un ex Virus (Julio Moura), un ex Mimilocos (Alfredo Peria). De esto último me dí cuanta recién hoy que hace años lo sabía, tengo una nota sobre los Mimilocos de un suplemento Sí de Clarín que fotocopie gracias a la contribución de Marcelo: cantante-guitarrista-compositor de los paladines del under ochentoso en los alternativos noventas llamados La Criatura, la nota es del ’87, yo la conseguí en el ’99 (Nota de Maco: reedición de TRULEPA de Los Mimilocos YA!!!!!!) De Moreno a Morón, de Morón a Pontevedra, de Pontevedra a Merlo.
Algunas frases: “¿Para que sirve una canción si no vivirá? está encerrada en un cajón”, “Los demás no me importan si no van a despertarme”, “Puedo más que tu locura... con el viento suave de mi amor”, “Cuando llegue la hora/solo quiero saber/como decirte GLORIA/que llegue”. La tontera de “Fe de días”, la lujosa candidez de “Paiu-Paiu” (querido homenaje a las onomatopeyas del doo-wop, tal vez), aires de tango en “Una sensación desconocida” (¿homenaje a Federico Moura?) Canciones pop con algo de tecno. Este disco no va a figurar entre los mejores discos del rock nacional cuando se hacen esas encuestas repasando el sagrado canon de los obviamente destacados. Ni falta que le hace. Los discos pueden ser grandes por acarrear un montón de historias escondidas en las sombras de la memoria. Somos obsesivos consumidores de pop y ya sabemos que no nos van a tomar en serio. Abrimos nuestras mentes y disfrutamos de Henry Cow, pero no por ello renunciaremos a Kylie Minogue. En esta historia todos tenemos algo para decir, cada uno a su manera. En todas esas diversas esferas musicales, tan distintas entre si, están nuestras pasiones, nuestras razones, nuestros sentimientos.
Experiencias que sugieran redimensiones contraculturales aca no hay, al menos, no se destacan a primera vista, porque uno siempre dice algo, aun en el silencio. Vestidos para matar, la música de este trío me recuerda al beso que Ella y yo jamás nos dimos. Final caja negra.