Monday, March 29, 2010

Kiss my jazz

A fines de la década del ’40, mi papá se vino desde el calor del Chaco a la soledad de Capital Federal. Luego conoció a una muchacha que venía de Río Negro y, muy a pesar de ella, juntos se mudaron a los rincones del conurbano bonaerense. Mi viejo se vino junto a un hermano suyo apodado Comadreja y llamado Gilberto. Abrigados bajo la corta bonanza que concedió el primer gobierno de Perón, juntos parecían formar (o al menos esa es la vaga idea que hoy tengo en mi cabeza después de escuchar todo lo dicho) una entidad humana bicéfala mucho más poderosa que la simple unión de dos hombres. Durante largos años rindieron culto a ese personaje, que se hacía de a dos personas, en reuniones de Navidad y Año Nuevo. El comadreja tuvo dos hijos y mi viejo tres. Esta segunda generación nació y se crió en otros tiempos y nosotros no llevamos aquella clase de simbiosis, aun así nos vemos para Navidad y nos llevamos relativamente bien. Dentro de muy poco van a ser dos años que mi papá falleció, pocos meses más tarde Gilberto murió también, tal vez arrastrado por la tristeza de saber a su hermano, a su “otra legendaria mitad”, imposiblemente lejos. Unos meses antes de todo aquel dolor, mi primo Andrés me quiso regalar dos discos de vinilo que juntos conformaban una recopilación titulada Historia del Jazz. Yo, callada y disimuladamente, lo rechacé por creerlo excesivo. Para la Navidad del 2008 yo sentí que no había mucho que festejar pero para la Navidad del año pasado me pareció que sería bueno reunirnos. Y mientras Andrés llevaba el asado adelante con la ayuda de Juan José, puso estos discos en la bandeja y tuvimos jazz, rag, blues, skiffle, gospel y otros estilos sonando en el medio del calor y el olor a humo y a carne con sal. Hay dos milagros que quiero dar a cuenta en este post: por un breve lapso de horas los tres hicimos también una sola entidad y fue emocionante. Tengo hoy la sensación que nunca antes logramos estar así de unidos y es probable que yo ya no vuelva a sentir esa comunión de almas en el futuro pero de verdad me gustaría que vuelva a pasar porque es algo muy lindo de vivirse y es poco frecuente que pase. El segundo milagro es que de 32 canciones, 17 fueron registradas entre 1929 y 1946. Si ponemos a mi viejo como referencia sería desde que Eduardo tenía unos meses de vida hasta que cumplió 18 años. Mi tío era más joven, no sé cuantos años más joven, quizás un par de años o algo así. Si mirabas con atención, mientras sonaba esta música del diablo, que también se usaba para hablar de lo sagrado, ibas a ver a dos jóvenes sentados con sus vasos de vino frío y sus trajes baratos, los dos mirando a la pista para ver si había alguna pebeta linda para invitarla a bailar con un ligero cabeceo. Los dos en su religión. Dos chaqueños amparándose de tanto frío. Cagándose de risa mientras extrañaban sus pagos. Empujando pobreza y creando vida. Como todos esos negros que resonaban desde los parlantes. Toda esa música festiva condimentada con los ruidos a púa de rigor. Ni mi viejo ni mi tío sabían de estas músicas, ellos eran del tango y el chamamé. Pero sí sabían del espíritu de esta música, son las canciones que hacen los esclavos mientras sueñan libertad. Son los cantares que hacen los hombres que sueñan con los muslos calientes de una mujer. Un compás universal, ebrio y enamorado. Bueno…. El regalo de Andrés sigue siendo excesivo…. Pero puedo desde ahora empezar a sumar más momentos de vida y quizás en el futuro yo también impregne de mi tiempo a alguna música. Y por el presente puedo decir que me pone muy feliz que dos discos de vinilo me hagan recordar a humanos y a momentos entrañables. ¡Que la música haga esto por todos!

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