¡Significados Invisibles se va para arriba¡ ¡Ahora tenemos
enviados especiales a eventos! ¡Jajaja! Que sirva este torpe chiste como
homenaje a El Pequeño Saltamontes, quien fue con su mente ardiente, su corazón
encendido y su curiosidad intelectual como bandera, a TODAS las presentaciones
de Michel Houellebecq en su gira 2016 por la ciudad autónoma de Buenos Aires
(no sé si estuvo en otras ciudades de nuestro país). Una vez más van a poder
leer su palabra sin ninguna molesta intervención mía, más allá de esta intro,
tal vez innecesaria. Sin más, los dejo con el protagonista. ¡Que lo disfruten!
I
Largo y tendido se ha escrito ya sobre este autor en toda
clase de medios, por lo que este escriba se limitará, para presentarlo, a mencionar
los aspectos que él considera personalmente como los más interesantes: Houellebecq
es un autor que hace veintidós años salió dispuesto a tomar por asalto la
literatura demostrando tener una visión privilegiada sobre el mundo que se nos
venía encima ante este afamado “final de la historia” (sic). Houellebecq es la
voz impertérrita que se animó a disertar sin miedo sobre el desencanto palpable
del pos-capitalismo, una era a la que nos quisieron vender como lo más cercano
a la perfección que jamás podríamos alcanzar y que se reveló plagada de
miserias, soledad, carencias afectivas endémicas, rechazos, misantropía y, como
frutilla del postre, un consumismo que invade y deforma la vida de sus
habitantes de manera brutal (bien podemos decir que una de las frases más
significativas de su obra es aquella confesión que el protagonista de
“Ampliación” le hace a los lectores: “No era infeliz, tenía ciento veinte
canales…”). Houellebecq es un cartero feroz que vino a traer las malas
noticias, aún a costa de saber que por esa honestidad insoportable le iban a
tirar a matar.
Los agarró a todos por sorpresa con “Ampliación del campo de
batalla”, construyó su (primer) golpe maestro con “Las partículas elementales”
y dinamitó todo lo que quedaba intacto con “Plataforma”. Esas tres novelas
-solo esas tres- ya alcanzaban y sobraban para conseguirle un lugar de
privilegio en el nutrido canon de grandes autores que enaltecieron la
literatura francesa. Y europea. Y de todo el mundo. Pero todavía quedaba mucho
más: se puso particularmente ácido con “La posibilidad de una isla”, volvió a
reírse lacónicamente de los límites -principalmente de la literatura- con “El mapa
y el territorio” y capitalizó su último destello de inteligencia y lectura
aguda de la actualidad con “Sumisión”. En el camino también dejó libros de
poesía, novelas cortas, correspondencias y colecciones de ensayos que ayudaron
a convertirlo en la figura insoslayable de la literatura mundial que es al día
de hoy.
II
Pasemos en limpio: hizo su primera aparición pública en esta
(tercera) visita a la Argentina la tarde del jueves 10 de noviembre en el
Centro Cultural San Martín, lugar en el cual a cuatro horas de iniciado el
evento ya se podía advertir una concurrencia notable que solo noventa minutos
después ya se extendía a dos cuadras de distancia de las boleterías (al menos
tres veces vinieron a preguntarnos si nos sobraban entradas).
Michel apareció en escena escoltado por Garcés y algunos
organizadores, y durante la larga hora y media que le dedicó a este
re-encuentro con el público argento no soltó nunca un cigarrillo electrónico
mientras conversaba sobre cómo nada va a cambiar con la llegada de Trump,
atacaba a personalidades mediáticas francesas (“No sé cómo será en Argentina”,
se disculpó), hablaba sobre los miedos que trata en sus novelas y cerraba tocando
el tema del machismo y la misoginia imperantes en la sociedad occidental, a
pedido de un lector.
El sábado el Polo Tecnológico de Palermo se llenó de ávidos
concurrentes (dos mil, llegué a escuchar) que, en varios casos, iban por la
revancha al haberse quedado con las ganas el jueves. Michel no defraudó.
Demostrando que es mucho más frío, pausado y lacónico que lo que sus libros y
declaraciones cargados de histrionismo y humor oscuro pueden sugerir, se tomó
todo el comienzo de su conferencia para atacar con una frialdad homicida a su
país, su cultura, sus íconos caídos en desgracia, el dudoso legado que insiste
en ostentar ante el resto del mundo y, por supuesto, para no dejar títere con
cabeza respecto a la escena intelectual francesa y su relación de amor-odio con
la misma (“Generalmente termino en eventos sentado al lado de gente muy
interesante a la que jamás en mi vida leí ni creo que vaya a leer”).
III
“El capitalismo tiene en el individualismo la trampa
perfecta para engañar a la gente. Les hace creer que a partir de ahora van a
poder tomar sus propias decisiones, pero en realidad el margen de elección que
tiene la mayoría de las personas es tan estrecho que aquella vida intensa y
emocionante que propone el capitalismo es muy rara”.
“La decadencia de la cultura francesa es innegable… el vino
francés hace años que ha dejado de ser lo que era”
“Todo puede pasar. Y, sí. Y también nada puede pasar. Eso es
lo más común.”
“Me río cuando dicen que el desastroso sistema
administrativo francés tiene un aire kafkiano. En Kafka hay misterio,
oscuridad, belleza… nada más alejado a la burocracia francesa”
“Francia es el peor país del mundo”
IV
En la espera del domingo, en la librería Borges, pude
charlar con gente venida desde Neuquén, La Plata y hasta Tierra del Fuego
especialmente para el evento -tal como lo leen-. Sorprendente fue también ver
la fuerte custodia que rodeaba al hombre, al fondo de una habitación oscura en
la que aguardaba la llegada de una horda munida de libros de todo tipo y tamaño
(algunos sin siquiera haber sido leídos, según me comentaron).
And that was it: llegué, le dije mi nombre, alcancé a
decirle dos frases en francés y le di la mano, antes de retirarme con
“Extension du domain de la lutte” garabateado en su primera página. Nada más.
Nada menos.
Volvía a casa exhausto y reconfortado, no tanto por aquella
firma sino por haber visto, en las tres fechas ya señaladas, una numerosa e
inesperada concurrencia que respondió con entusiasmo ante esta oportunidad.
Ciertamente esperaba una cantidad considerable de asistentes, pero para nada
las bulliciosas filas de ávidos lectores cargados de ejemplares amarillos de “Lanzarote”
y “El mundo como supermercado”, conversando sobre cuestiones relativas a este
literato que rara vez he podido discutir en ocasiones previas. Como cuando te
cruzás a alguien tarareando una canción que creías que nadie más conocía.
V
Garcés le preguntó al final de la noche del jueves: ¿Qué le
gustaría que figurara en su epitafio? ¿Mártir, peleador, hombre de la
resistencia? Nada, dijo Michel. O escritor. Ca me suffit.