Miró el cadáver del mundo y pudo constatar que estaba
muerto. No quedaba nada más que sus restos como si fuesen un rumor de lo que no
fue. Una espuma que se veía borrosa detrás de la bruma. Él no sabe quien lo
quiso así pero así se encuentran hoy las cosas. Él solo recuerda lo que quiso
ayer. Quería el olvido y entonces ya no hay memoria de ninguna verdad, de
ninguna mentira. Quería el abrazo tierno del hambre y, famélico, veía con la
gelatina de los ojos, el sol alumbrando un paisaje de arena mordida por la
mañana. Sin poder recordar nada siguió mirando ese silencio, ese paraje de
niebla con su silencio, percibiendo que solo sus nervios le hacían ruido. No
quiere dejar ese vértigo creador que lo habita pero no hay mucho ya para
recopilar. Se mira su pecho que se mueve tibio en el medio de esta soledad. Todo
parece quieto pero el viento sigue agitando la canción. Ya no tenía memoria y
entonces podía ponerse a inventar recuerdos. Quiso recordar a alguien, a una
mujer corriendo a encontrase el mar, corriendo y agitando los brazos como si
quisiese volar, corriendo y riendo. Él le sonreía cuando ella se daba vuelta a
mirarlo. Él estaba recostado en una silla clavada en la arena, reposando y
sintiendo que tenía como cien años. Cien años alojados en su respiración de
niño. Cien años de imágenes para alguien que se olvido de todo, que fue
olvidado por todo. Una mujer que siempre va corriendo hacia el mar como si no
lo pudiese alcanzar nunca. Como queriendo alcanzar todo un paraje inmenso con
todo el hambre del mundo. Él quería que ese mar fuese un lugar para llenar de
recuerdos inventados y que ella corra y lo alcance y se sumerja en toda esa
agua que parece nada. El hambre y el olvido y toda la fiebre que ambos
proponen, la fiebre entre la canción y el mar. El rumor que él inventa es la
vida después del mundo, vida de ardiente esplendor cuando llegó el olvido del
mundo, cuando el mundo finiquitó en su brutal estupidez. La vida que nace del
hambre cuando se acabó el cobarde acopio de las nadas de todo el mundo. La risa
dulce de la música en la vida sediciosa, seductora, salvaje. El hambre que
propone embriaguez, el olvido que reinventa vida sabrosa. Él quiso la muerte
del mundo para que nazca esta vida melodiosa. Y sobre el cadáver del mundo,
recién allí, la vida pudo vivir.
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