Sunday, August 25, 2019

Cosmopolis (2012)


La última vez que les hable de películas fue para la época del Bafici, como pasa casi cada año. Y antes de eso, la última vez que escribí sobre una sola peli fue para “Lo que vendrá” (ver post del 19 de abril de 2013). Si se trata de escribir sobre movies que me gustaron un montón, lo que me pasa casi siempre es una sensación tipo “¿y yo qué más puedo agregarle a lo ya dicho?” Es raro. No me pasa lo mismo con músicas o lecturas. En fin… Hoy les quiero hablar de “Cosmopolis”. Esta peli es del 2012 pero yo recién la conseguí para el 2016, en julio, para ser más preciso.
Pienso que luego de casi 4 años de inclemente macrismo necesitamos ver esta película y necesitamos verla varias veces y también necesitamos discutir esta película y volver a discutirla varias veces más. Porque nos habla y habla de nosotros y porque, en parte, hay cosas que dejó sin decir.
La historia es básicamente el itinerario que hace un tipo millonario de 28 años a través de la ciudad, desde su oficina hasta una peluquería, en una lujosa limusina blanca que, en su interior, parece una nave espacial. El tipo es interpretado por Robert Pattinson (sí, él de “Crepúsculo”) y lo lleva adelante con sobriedad, equilibrio y talento. Le tocó un gran personaje y el actor lo hizo con altura. Genial. Si el vampiro de la saga de “Crepúsculo” reprimía su apetito para no matar humanos, este “vampiro” de “Cosmopolis” le da rienda suelta a su ansia de devorarlo todo: se garcha dos minas estando casado, todo podría ser comprado por él, todo dato está a su alcance, con asesores que le aconsejan y vigilantes que lo protegen.
Y este hombre que todo lo compra, que todo lo micro calcula, está queriendo un corte de pelo que no parece necesitar. Al ver varias veces el film a uno le va cayendo la ficha: hay algo que está buscando, algún tipo de experiencia que queda clara al terminar la película (tranquilos, no les voy a “spoilear” la movie). Más allá de eso que busca, hay algo que está claro a lo largo de la película: podes tener dos ascensores (musicalizados con Satie y un rapper respectivamente), comprar cuanta obra de arte este a tu disponibilidad, coger con bocha de minas, tener la data justa para ganar en la bolsa, tener con quienes hablar de la filosofía que subyace a tu sistema de vida, tener quién vigila tu salud, quien cuida que no te bajen de un corchazo, tener quien te banque en una caída, tener belleza, tener influencia y aun teniendo todo eso, sentir que nunca nada es suficiente, que siempre vas tener esa picazón que nunca vas a poder rascar, que nunca va a haber techo.
 Y con todo, este depredador, en ese día, está en un viaje interior extraño. Al parecer está perdiendo millones a lo pavote y no parece importarle demasiado. Lo asiste su lucidez cínica y una comprensión del mundo que atemoriza. Sabe de donde provienen los taxistas (“they come from horror and despair), sabe las experiencias terribles que vivió su chofer, sabe como impersonalizar sus exigencias en ese burocrático cambio del lenguaje de la primer persona del singular a la primer persona del plural. Primero “yo quiero”, luego “queremos”. También sabe que “hay suficiente dolor para todos”.
“A rat became the unit of currency”, tal es el epígrafe que aparece segundos antes que la película comience. Este es un fragmento de un poema del escritor polaco Zbigniew Herbert (1924-1998). Más adelante, Eric Parker, el protagonista en cuestión, cita esa línea del poema para lanzarse a jugar, junto a uno de sus asistentes, con todo lo que podría sucederle a una moneda llamada rata. Juegos del lenguaje tales como “la rata rusa se devaluó hoy”. Es que Eric puede re contextualizar cualquier cosa, incluso consignas anarquistas: “the urge to destroy is a creative urge”, para usarlas en su labor.
En medio de protestas anti capitalistas y un cortejo fúnebre  de ese rapper que él admira, hay una escena que, no por inverosímil, deja de ser valiosa. La limusina avanza lentamente y podemos ver, como si estuviésemos con ellos, a uno de los protestantes quemándose a lo bonzo. La asistente que va con él en ese trayecto del viaje reacciona con un “no es original” para sacarse el espanto de encima. Parker decide comentar en un tono que no puede saberse si es sorna u orgullo: “to say something…to make people think”. Una escena que da mucha tela para cortar.
Y hay más frases para recordar y pensar: “All wealth has become wealth for its own sake”; “the logical extension of business is murder”. Grandes frases, pesadas frases, la película nos quiere dejar pensando.
Sin embargo hay algo que la película no quiere contar. Al mostrar a este “malo” en ese viaje de un día de duración, imperturbable mientras sacuden y escrachan su limusina, sin limpiarse el tortazo que le propina un protestante “fashion” (con paparazis y todo, show mediático garantizado a full), el director del film (David Cronenberg) pareciera estar tranquilizándonos, algo tipo: “Ojo, él es así, ustedes, los espectadores, no son como él”. Si nosotros somos o no somos unos forros que todo lo queremos conseguir, sin importar costos, es un tema que cada uno de nosotros puede pensar en su fuero íntimo. Mirarnos al espejo y afrontar la imagen que vemos. Pero hay una pregunta que nos quema, durmiendo ahí en la película: si nos preocupa el dolor de los demás, si intentamos ser solidarios ante las carencias de nuestros semejantes, si tenemos conciencia social y responsabilidad civil: ¿Por qué trabajamos para esta gente? Si la injusticia es evidente ¿Por qué continúa e incluso prospera? ¿De verdad creemos que todos estamos a cinco minutos de volvernos ricos? ¿Tan poco racionales somos que no podemos entender que no podría ser posible un mundo donde todos vivimos a lo Eric Parker? La película, creo, no se anima a decirnos que hay varias miserias de ese hijo de puta en nuestras miserias.
El macrismo es el regreso del síndrome Eric Parker, ese mismo espectro que nos jodió la vida durante la dictadura militar y durante el menemismo. No importa que estos delincuentes disfrazados de demócratas que son Macri y compañía  parezcan estar yéndose. Se van los funcionarios pero queda la función. Hay gente que desea que el mundo sea de pocos, siempre de pocos.
Tal vez todo se trata de que eso que nos impulsa a seguir adelante, día tras día, con nuestras vidas, tenga también incorporado la enfermedad que nos termina aniquilando. Quizás toda la aventura humana sea solo una broma de mal gusto, un truco sin valor. Quizás la inmensa mayoría de inocentes nunca salga a ubicar en su lugar a esos pocos responsables de tanto horror. Quizás sea que nos falta el valor de reconocernos valiosos a nosotros mismos y a todos nuestros contemporáneos. Quizás estamos demasiado inmersos en una cultura del entretenimiento y no le damos espacio suficiente a una cultura del auto conocimiento y la formación en artes, lenguajes, historias, ciencias, etc. Pero todo puede cambiar si se está dispuesto, hay elecciones que hay que hacer. ¿Cómo hacemos para re codificar esa belleza de ser eso que somos, eso que vamos siendo?


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