Si no me gusta el fútbol es porque no lo sé jugar. Si no lo
sé jugar es porque algo en su naturaleza no se corresponde con mi naturaleza.
No recuerdo de haberme cruzado con la chance de jugar al fútbol hasta que fui a
la escuela primaria. Cuando eso pasó, estuve lo suficientemente desorientado
como para que mis compañeros me saquen cagando de la cancha. Y, de ahí en más,
viví los 7 años de primaria bajo esa suave humillación que es que te elijan
último en cada picado. Solo una vez, un amigo tuvo la amabilidad de elegirme
primero solo para que saboree de qué se trataba esa sensación. A su lado, yo le
proponía nombres pero basado en el afecto que sentía por algunos de mis compañeros y no
en la habilidad deportiva de los mismos. César me hizo callar respetuosamente y
me dijo que él iba a seguir con las elecciones. Después llegó la secundaria y,
de algún modo misterioso, me las ingenie para hacer pasar como algo “cool” el
hecho de que no sabía jugar al fútbol. No sé cómo me lo creyeron y no fui
marginado por carecer de tan preciosa virtud. De hecho, mi gran amigo Toto se
la pasaba caminando la cancha sin jugar a nada y solo de casualidad la pelota
le pegaba en el cuerpo. Yo empecé a tomarme el fútbol más en serio pero igual
era de madera, era el gordito que iba al arco. Según sus relatos, mi hermano
Juan José era un gran arquero. Fue él quien me enseño el tesón y la garra con
la que hay que salir a la cancha. Me lo enseño tarde, cuando yo ya andaba en
mis tempranos veintipico. Pero me fue útil, creo que se ha convertido en la
única virtud que tengo al jugar a la pelota. Y poniendo huevos, resolví mi
largo conflicto con el futbol: yo DETESTO la competencia.
Sí, siento repugnancia física por la competencia. Yo no
compito con nadie ni con nada. Yo juego y no me importa ni ganar ni perder.
Solo quiero jugar. En el número 6 de la revista Crisis (páginas 49 a 51) hay
una entrevista a una docente de la UBA llamada María Inés Mato. Esta mujer maravillosa
nada en heladas aguas abiertas. Es una luchadora que enfrenta la adversidad del
clima y las limitaciones del cuerpo humano. Mientras nada, su mente cambia.
Ella se supera a sí misma, le florecen nuevos rincones del alma mientras elige
desafiarse. Ella lo dijo mejor que yo: “La competencia se come al deporte, lo
confisca. Si se pusiera más énfasis en la sensibilidad que desarrolla la
práctica, las cosas se podrían diversificar y así generar un verdadero
aprendizaje”. Cuando le preguntaron por el frío que pasaba en sus prácticas,
ella afirmó: “Sentía que el frío era un espacio distinto, como una expedición a
otro lugar. Una sensación de abrigo con el frío. En un espacio está el germen
de lo opuesto, que se puede desplegar si uno se predispone”. Intuitivamente yo desemboque en un espacio
similar al que ella arribó. Cuando estoy en la cancha, le peleo a mi flojera,
los adversarios nunca están fuera de mí. Busco auto superarme, les juro que se
puede. Prueben.
Y si el fútbol y yo ya estamos en buenos términos, ¿Por qué
no escribo sobre fútbol? Por varias razones. Esta es la primera vez que me
pongo a escribir acerca de este deporte y quizás sea la última. Soy hincha de
Independiente (¡AGUANTE EL ROJO!) porque mi vieja es del Rojo de Avellaneda.
Ella eligió ese equipo de fútbol porque en su niñez el Rojo salió campeón y
ella veía a todos felices por la noticia. Esta es una de las pocas anécdotas
felices de mi mamá de su infancia de pobreza, privaciones y brutalidad ajena.
Como eso hizo feliz a la niña que mi vieja supo ser, yo me hice del rojo,
después de años de no decidirme. Mi viejo era de San Lorenzo y mis dos hermanos
son cuervos también. Esta fue la otra razón por la que me hice del Rojo, con
tres tipos de San Lorenzo en una familia de cinco era más que suficiente.
Independiente se fue a la B este año y yo quise armar un blogspot que se iba a
llamar El Rojo En La B o algo por el estilo. Y luego de pensarlo un poquito desistí
de la labor. Porque: A – Él que sabía de fútbol era mi viejo, él era el que se apasionaba
viendo partidos por la tele. Yo hablando de fútbol sueno como un pulpo que te
describe los pormenores del alpinismo. No sé de fútbol. B – El blog se iba a
llenar de lectores imbéciles. Esos fanáticos de Racing sin cerebro (Ojo, no
todos los hinchas de Racing son así, solo unos pocos) que se la iban a pasar
bardeando mal contra mí y contra los demás hinchas del Rojo y yo me iba a
inflar las bolas en dos microsegundos.
Quería armar el blog que mencione antes como cábala para
acompañar al equipo y poder verlos volver a primera después de seguirlos
partido tras partido. Pero habría que ir a la cancha y no tengo ganas. Habría
que seguir los partidos por la tele y tampoco tengo ganas. Habría que invertir
tiempo y dinero viendo comentaristas deportivos por la tele; comprar revistas y
suplementos. No tengo ni tiempo ni dinero para esos menesteres. Para hacerlo en
serio habría que involucrarse y no quiero. Porque no me gusta y aun así yo
llore cuando el Rojo se fue a la B.
Toda regla tiene su excepción que la desafía: Una vez jugué
bien. Por cinco segundos pero lo hice. Tome la pelota a mitad de cancha y
encare decidido al arco contrario esquivando a tres adversarios a pura gambeta
con la pelota dominada. Alguien detrás mío marco una falta a destiempo y devolví
el balón jadeando y sonriendo. Atine a decirle a uno de los chicos: “Estuve
como el Diego” y el pibe me devolvió un sí, mirándome sin poder creerlo. Tenía
17 años, nunca nadie me había visto jugar así y, hasta el día de hoy, no se
repitió.
“Como el Diego”: yo lo vi a Maradona hacer su segundo gol a
los ingleses cuando tenía 11 años. Primero hizo su gol corrupto que corroboró
la teoría que mi viejo sacó, vaya a saber uno de donde, de que no era TAN bueno
como decían. Yo abrazaba esa teoría porque me parecía que venía de alguien que
sabía de esas cosas. Cuando hizo el segundo gol, me quede callado, no lo
festeje, no lo grite. Quede mudo ante algo tan glorioso, tan grande y que
rechazaba violentamente cualquier queja que pudiese tenerse de su talento. Maradona
era un GRANDE, Messi es un GRANDE. No puedo imaginarme cuales serían los
argumentos para sostener lo contrario.
¡Zoilo goes to Rancho! Pipo Cipolatti de Los Twists tenía en
los ochentas varias bandas paralelas en joda, solo para divertirse entre amigos.
Una era esta, una banda cuyo nombre era una mención jocosa a Frankie Goes To
Hollywood, una famosa banda de aquellos tiempos. Este post se llama así porque
yo me siento como un paisano volviendo a su pago natal cuando estoy escribiendo
este artículo sobre fútbol. Pensar el
tópico “fútbol” me hizo recordar a mi viejo y su “multimedia”: en una ocasión
lo vi leyendo el suplemento deportivo, escuchando la radio portátil y viendo un
partido por la tele, todo al mismo tiempo. Escribiendo esto me acordé de los
grandes que escribieron a lo grande de fútbol: Alejandro Dolina, Roberto
Fontanarrosa. Eduardo Galeano hablando del Dínamo de Kiev en aquel verano del
42 en su libro “Días y Noches de Amor y Guerra”. Albert Camus que solía afirmar
que todo su sentido de la ética lo había aprendido en la cancha de fútbol.
En este rancho, al que estoy de regreso por un ratito, hay
amor por el juego y rabia por los humilladores que ningunean a los que pierden.
Hay odio contra la violencia de los barrabravas que además son útiles para un
montón de cosas oscuras en mi país. Está la decepción que causa ver ese juego
mediocre y chato de los que anotan un gol y luego lo cuidan solo defendiéndose
y dejando al otro equipo atacar, convirtiendo un partido de fútbol en un
espectáculo lamentable. La maravilla que se ve cuando los dos equipos entraron
con hambre de gol. El fastidio de las cargadas y la gloria del grito
destemplado del hincha que se prende fuego aullando GOOOOOL. Mi costumbre de
ver los Mundiales para vivir la experiencia der compartir algo con millones.
Yo, que soy un tipo que vive pasiones de pocos.
En el Mundial del 98 vi uno de los partidos de la selección
argentina en la pañalera en donde trabajaba. No me acuerdo contra quien jugaba
Argentina pero sí recuerdo el codazo que me metió un compañero de laburo para
que me despierte. Me miró indignado y no me dio oportunidad de explicar que lo
mío no era porque el partido no me interesase, era algo pavloviano (puro
estímulo-respuesta). Fui un niño de ocho años que se quedaba dormido en el
regazo de su papá mientras él miraba fútbol por TV, me dormía con el sonido de
las hinchadas alentando a sus equipos como si fuese una canción de arrorró. Así
es el fútbol para mí. Yo no sé nada de fútbol pero el fútbol está en mí. Y AGUANTE
EL ROJO!!!!!!!
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