Muchas veces la gracia de las cosas y de los eventos diarios está oculta, esa delicada tibieza vagabunda se presenta solo cuando dejas de prestar atención. No es suficiente con que te lo describa, tenes que estar ahí. Tu sensibilidad puede ser ejercitada, alimentada de tiernas caricias, miradas furtivas, lágrimas del oceano astral. Un recuerdo de esta gracia y magia que les menciono anda dando vueltas en la película Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos. En los planos, en la iluminación, en la banda de sonido, en las narraciones, en toda la historia, hay una marcha conmovedora sucediendo.
Los disturbios de la soledad, los vicios que decidimos no abandonar. La condena más hermosa que vivo, sintiendo su permanente ausencia. Cuando Joel sufre por Clementina, ya entiendo lo que siente. Todo ese vertiginoso oleaje de recuerdos en su cabeza es una parte de la historia de nuestras vidas, mientras estamos sentados en el sillón mirando a través de la ventana un cielo dubitativo. Esta es una película triste pero no apesadumbrada, su ritmo es lento, por momentos, lo que te permite reposar sobre sus imagenes toda clase de reflexiones. Uno de esos cuelgues sustanciosos, sabrosos, llenos de ensueño. Delicadamente, este film señala un signo de nuestros tiempos, esa estúpida tendencia a querer negar el dolor, a no querer tratar con el, a no querer enfrentarlo. La decisión que toman los clientes de Lacuna es simplemente borrar de su memoria los registros de cierta pérdida, por ende, junto con la memoria, ellos pierden las riquezas que todas esas experiencias aportan, empobreciendo sus vidas. Para alivio de los espectadores como yo, una empleada despechada (y hermosa!!) hace recordar a cada usuario su anterior decisión, mandandoles por correo su archivo, pues, segun parece, luego del proceso de lavado cerebral uno se olvida de su amada y se olvida que se olvido de ella, no quedan ni rastros de todo ese amor. Pero, exacerbando el carácter incontrolable, indoblegable del duende del amor, tanto chicos como chicas vuelven a enamorarse una y otra vez de los mismos chicos y chicas de ayer. Un primor, el asunto. Y lo digo en serio, cada vez que en la historia empieza a crecer la emoción, la música la acompaña y ese licor en envase de película nos emborracha del todo. Esta es la clase de film en la que, al terminar, uno se queda mirando las hojas que hay sobre la mesa como embobado y piensa: ¿Donde estará ahora ella? Más vale que le diga algo, antes que yo haga trampa y se me ocurra olvidarme que ella es todo lo que yo quiero.
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