Hoy, mientras desayunaba, los ví otra vez. Por la tormenta de ayer los deje afuera, húmedos, llenos de barro. Baje del colectivo y las dos cuadras de tierra que me quedaban por caminar hicieron lo suyo. Sí, solo son un par de zapatos marrones que apuntaban hacia la puerta de la cocina, amenazando entrar a la casa. Yo los miraba desde la ventana, tomandome unos mates. Elsa se preparaba para salir, iba y venía rapidamente y con un gesto de fastidio instalado en su hermosa cara, yo volvía a sentir sueño y me preparaba para irme a acostar. Y los días se sucedían mientras nadie los moviera. Y todas las mañanas veía mis zapatos volverse más ajenos y hermosos, el pasto le fue creciendo alrededor, varios bichos lo usaban de aguantadero. Todo un mundo inquietante vibrando bajo tus pies. A veces me iba a dormir un poco más tarde y los veía fijamente un tiempo más, filmando un corto experimental en mi cabeza, un plato de sopa de zapatos descansando y enfriandosé, acariciado por la llovizna de Mayo. Un corto con música de Microdisney. Un día volví a querer verlos pero ya no estaban más. Como todo lo delicado, como todo lo utópico, como toda cosa pequeña, frágil, encantadora, esos zapatos se fueron. Elsa los tiró a la basura, no sin antes haberme pedido que yo lo haga por días sin encontrar respuesta.
- Elsa, ¿tiraste mis zapatos?
- Sí. Vino la cuenta de luz.
- ¿Cuanto vino esta vez?
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