La última vez que les hable de películas
fue para la época del Bafici, como pasa casi cada año. Y antes de eso, la
última vez que escribí sobre una sola peli fue para “Lo que vendrá” (ver post
del 19 de abril de 2013). Si se trata de escribir sobre movies que me gustaron
un montón, lo que me pasa casi siempre es una sensación tipo “¿y yo qué más
puedo agregarle a lo ya dicho?” Es raro. No me pasa lo mismo con músicas o
lecturas. En fin… Hoy les quiero hablar de “Cosmopolis”. Esta peli es del 2012
pero yo recién la conseguí para el 2016, en julio, para ser más preciso.
Pienso que luego de casi 4 años de
inclemente macrismo necesitamos ver esta película y necesitamos verla varias
veces y también necesitamos discutir esta película y volver a discutirla varias
veces más. Porque nos habla y habla de nosotros y porque, en parte, hay cosas
que dejó sin decir.
La historia es básicamente el itinerario
que hace un tipo millonario de 28 años a través de la ciudad, desde su oficina
hasta una peluquería, en una lujosa limusina blanca que, en su interior, parece
una nave espacial. El tipo es interpretado por Robert Pattinson (sí, él de “Crepúsculo”)
y lo lleva adelante con sobriedad, equilibrio y talento. Le tocó un gran
personaje y el actor lo hizo con altura. Genial. Si el vampiro de la saga de “Crepúsculo”
reprimía su apetito para no matar humanos, este “vampiro” de “Cosmopolis” le da
rienda suelta a su ansia de devorarlo todo: se garcha dos minas estando casado,
todo podría ser comprado por él, todo dato está a su alcance, con asesores que
le aconsejan y vigilantes que lo protegen.
Y este hombre que todo lo compra, que todo
lo micro calcula, está queriendo un corte de pelo que no parece necesitar. Al
ver varias veces el film a uno le va cayendo la ficha: hay algo que está
buscando, algún tipo de experiencia que queda clara al terminar la película
(tranquilos, no les voy a “spoilear” la movie). Más allá de eso que busca, hay
algo que está claro a lo largo de la película: podes tener dos ascensores
(musicalizados con Satie y un rapper respectivamente), comprar cuanta obra de
arte este a tu disponibilidad, coger con bocha de minas, tener la data justa
para ganar en la bolsa, tener con quienes hablar de la filosofía que subyace a
tu sistema de vida, tener quién vigila tu salud, quien cuida que no te bajen de
un corchazo, tener quien te banque en una caída, tener belleza, tener
influencia y aun teniendo todo eso, sentir que nunca nada es suficiente, que
siempre vas tener esa picazón que nunca vas a poder rascar, que nunca va a haber
techo.
Y
con todo, este depredador, en ese día, está en un viaje interior extraño. Al
parecer está perdiendo millones a lo pavote y no parece importarle demasiado.
Lo asiste su lucidez cínica y una comprensión del mundo que atemoriza. Sabe de
donde provienen los taxistas (“they come from horror and despair), sabe las
experiencias terribles que vivió su chofer, sabe como impersonalizar sus
exigencias en ese burocrático cambio del lenguaje de la primer persona del
singular a la primer persona del plural. Primero “yo quiero”, luego “queremos”.
También sabe que “hay suficiente dolor para todos”.
“A rat became the unit of currency”, tal es
el epígrafe que aparece segundos antes que la película comience. Este es un fragmento
de un poema del escritor polaco Zbigniew Herbert (1924-1998). Más adelante,
Eric Parker, el protagonista en cuestión, cita esa línea del poema para
lanzarse a jugar, junto a uno de sus asistentes, con todo lo que podría
sucederle a una moneda llamada rata. Juegos del lenguaje tales como “la rata
rusa se devaluó hoy”. Es que Eric puede re contextualizar cualquier cosa,
incluso consignas anarquistas: “the urge to destroy is a creative urge”, para
usarlas en su labor.
En medio de protestas anti capitalistas y
un cortejo fúnebre de ese rapper que él
admira, hay una escena que, no por inverosímil, deja de ser valiosa. La
limusina avanza lentamente y podemos ver, como si estuviésemos con ellos, a uno
de los protestantes quemándose a lo bonzo. La asistente que va con él en ese
trayecto del viaje reacciona con un “no es original” para sacarse el espanto de
encima. Parker decide comentar en un tono que no puede saberse si es sorna u
orgullo: “to say something…to make people think”. Una escena que da mucha tela
para cortar.
Y hay más
frases para recordar y pensar: “All wealth has become wealth for its own sake”;
“the logical extension of business is murder”. Grandes
frases, pesadas frases, la película nos quiere dejar pensando.
Sin embargo hay algo que la película no
quiere contar. Al mostrar a este “malo” en ese viaje de un día de duración,
imperturbable mientras sacuden y escrachan su limusina, sin limpiarse el
tortazo que le propina un protestante “fashion” (con paparazis y todo, show
mediático garantizado a full), el director del film (David Cronenberg)
pareciera estar tranquilizándonos, algo tipo: “Ojo, él es así, ustedes, los
espectadores, no son como él”. Si nosotros somos o no somos unos forros que
todo lo queremos conseguir, sin importar costos, es un tema que cada uno de
nosotros puede pensar en su fuero íntimo. Mirarnos al espejo y afrontar la
imagen que vemos. Pero hay una pregunta que nos quema, durmiendo ahí en la
película: si nos preocupa el dolor de los demás, si intentamos ser solidarios
ante las carencias de nuestros semejantes, si tenemos conciencia social y
responsabilidad civil: ¿Por qué trabajamos para esta gente? Si la injusticia es
evidente ¿Por qué continúa e incluso prospera? ¿De verdad creemos que todos
estamos a cinco minutos de volvernos ricos? ¿Tan poco racionales somos que no
podemos entender que no podría ser posible un mundo donde todos vivimos a lo
Eric Parker? La película, creo, no se anima a decirnos que hay varias miserias
de ese hijo de puta en nuestras miserias.
El macrismo es el regreso del síndrome Eric
Parker, ese mismo espectro que nos jodió la vida durante la dictadura militar y
durante el menemismo. No importa que estos delincuentes disfrazados de
demócratas que son Macri y compañía
parezcan estar yéndose. Se van los funcionarios pero queda la función. Hay
gente que desea que el mundo sea de pocos, siempre de pocos.
Tal vez todo se trata de que eso que nos
impulsa a seguir adelante, día tras día, con nuestras vidas, tenga también
incorporado la enfermedad que nos termina aniquilando. Quizás toda la aventura
humana sea solo una broma de mal gusto, un truco sin valor. Quizás la inmensa
mayoría de inocentes nunca salga a ubicar en su lugar a esos pocos responsables
de tanto horror. Quizás sea que nos falta el valor de reconocernos valiosos a
nosotros mismos y a todos nuestros contemporáneos. Quizás estamos demasiado
inmersos en una cultura del entretenimiento y no le damos espacio suficiente a
una cultura del auto conocimiento y la formación en artes, lenguajes, historias,
ciencias, etc. Pero todo puede cambiar si se está dispuesto, hay elecciones que
hay que hacer. ¿Cómo hacemos para re codificar esa belleza de ser eso que
somos, eso que vamos siendo?