Wednesday, May 29, 2013
EL BESO DE LA ABEJA OBRERA (CAMINANDO POR LA NIEBLA)
Llegó el mediodía a la fábrica. Celeste y yo vamos a marcar tarjeta, de 12 a 13 la empresa no nos paga, esa hora no cuenta para la remuneración, era el mercado laboral que había en el neoliberalismo post flexibilización laboral a mediados de los noventas. Íbamos a cumplir veinte años pronto. Tamara se acercó corriendo a Celeste y se la llevó a un costado para chusmearle algo al oído. Yo sigo de largo, marco tarjeta y salgo al solcito de mayo para sacarme tanto frío. Todos los compas están sentados cerca del montón de escombros, comiendo cada cual lo que se trajo de casa. Pérez me dice “Con una hora te alcanza, ¿no?” Yo soy el que más rompo las bolas con llamar al sindicato para ver qué esa hora sea remunerable, que sea jornada de ocho horas con media hora para comer, como se debe. La semana pasada, mientras discutíamos todos, González me ubico: “Boludo, lo único que va a pasar es que te van a echar a la mierda”. El pelado Gatti me jodió: “Es una hora, Gordo, no jodas, vos que sos el creativo buscate algo que hacer con la Cele”. A mí no se me ocurrió nada que decir excepto: “¿En una hora?” y todos se me cagaron de risa. “¡Mira vos, el Gordo tiene el record!” gritaba Peralta en medio de las risotadas y Celeste me miraba con cara de “¡Pero que sos pelotudo, eh!” De ahí en más me volví el Bob Patiño de los muchachos. Cuando apareció ella, la agarré de la mano y nos fuimos a la vueltita, a comer entre otro montón de escombros, debajo de un árbol. Cuando rajábamos de los demás, escuchábamos silbidos y pavadas que decían los maestros del truco mágico: vivir con dos mangos. Nos pusimos del lado que daba el sol y Cele sacó hojas de diario de su mochila para usar tipo asiento y el taper con tarta de acelga. Yo saque la bolsa con pan y mortadela y salchichón primavera y la botella de medio litro de jugo de naranja. Ella miró la bolsa y preguntó: “¿Por qué no te hiciste los sambuches?” “Anoche tenía fiaca” le dije y ella me respondió con una media sonrisa y sacudiendo la cabeza como diciendo no y estiró el brazo derecho hacia mí. “Dame” y le pase la bolsa. Ella se puso a armarme los sambuches y se hizo uno para ella también. Mientras, yo saque el walkman y me puse a escuchar una hermosa canción. Al ratito la mano de Celeste me alcanza algo de comer. Yo apretó el stop del walkman y le digo. “Podemos hacer una película que se llame: Ruido como linda música”. Se ríe en silencio con la boca llena, termina de tragar y me dice: “No tenemos para hacer una película”. Entonces vale aclararle: “No. Lo que digo es escribir el libreto, el guion, y alguien con guita que lo haga”. Con aire distraído, mirando para otra parte, ella me pregunta: “¿Escuchando a Sonic Youth?” Como no entiendo, me quedo callado. Celeste me mira y repregunta: “¿Estuviste escuchando a Sonic Youth?” Ahí recién caí y le conteste: “No, estos son los Red House Painters. Tomá, escuchá.” Y le pasó mi walkman y le hago escuchar “Katy Song”, la canción que escuche hoy temprano a la mañana mientras pedaleaba de casa a la fábrica. Yo empiezo a comer y también me morfo un pedazo de tarta que ella trajo y la miro escuchar esa música que tanto me gusta. Estoy en silencio, miro para el campo y pienso. Ella para el walkman y no dice nada. Me pregunta: “¿Cómo sería tu película?”. Ahí me largo: “Seríamos nosotros dos que en vez de volver al toque a trabajar, nos ponemos a hacer fiaca atrás del dragón y lo escuchamos arrancar. Pegamos la oreja al corazón del dragón y escuchamos el quilombo que hace el horno, todas las hornallas bramando sus llamas, el ruido de rotas cadenas que hacen los engranajes, bueno, todo eso.” Ella escucha y pregunta: “¿Qué más pasa?” Bueno, el resto todavía no se me había ocurrido y se lo digo. “Eso no es una película”. “Sí, ya sé, amor, es el principio de una película” termino diciéndole. Ella se queda mirándome como extraviada y, como quien no quiere la cosa, cambia de tema: “El sábado pasado, cuando llegamos a Once a la noche, te quedaste mirando el cielo por un rato, ¿Qué mirabas?” Y otra vez me puse poético: “Imaginaba como sería si una araña enorme tejiese su telaraña entre los techos de distintos edificios, como se vería, de que se alimentaría, no sé, cosas así.” Cuando vuelvo a tierra, veo que ella me mira fijo a los ojos con onda pero también para ver en que ando yo. “Vos ves telarañas en los edificios altos, vos llamas dragón a una máquina que tiene un horno y hace ruido” me dice la Cele. Terminó de decirlo y empezó a reírse suave y dulcemente. Me mata cuando hace eso. Yo reconozco que soy un bicho raro, que me la paso hablando de armar una banda de rock, de armar un programa de radio, que me la pasó leyendo revistas, que quiero escribir en ellas. Después de un rato medio que me caliento y le digo: “¿Qué?” “Tenes que ordenar el quilombo que tenes en la cabeza”. Claro que ella va a la facu y hace una carrera que, en el futuro, la va a sacar de acá. Y está todo el tiempo insistiéndome que yo debería seguir estudiando y me parece que tiene razón. Pero ahora estoy con ganas de insistir con lo mío: “Sin soñar no se puede vivir”, le digo. “Y solo soñando no se vive” me retruca ella y me enamoro más y más de ella cuando me dice cosas así. Ella es así de inteligente y porque soy un cagón, no blanquee nuestra relación en mi familia. Ella vive con sus viejos, yo con los míos, así logramos zafar con los sueldos de mierda que cobramos. Si un día se le llena la panza de huesos, ahí voy a estar en el re horno. Yo no sé si estoy para criar hijos. “Y solo soñando no se vive” me dijo. La frase de Celeste se quedó haciendo ruido adentro de mi cabeza. Ella vio que me quede un poco mal y entonces con su voz de hembra me susurró algo para después apoyar su oreja izquierda sobre mi corazón: “Dale, che, contame que otra cosa pasa en tu película”. Y yo le digo: “Te veo a vos, Celeste, te veo volviendo a la noche de Capital hacia acá. Te bajás del colectivo que te deja cerca de la estación de trenes y vas caminando vestida toda elegante. Caminando atravesas el parque lleno de la niebla de la noche oscura. Caminando, regresando a casa. Yo te espero en casa y cenamos algo rápido porque queremos ir a la cama. Porque estamos cansados, porque tenemos ganas. Debajo de las cobijas me das el beso de la abeja obrera, todavía tenes la niebla de la noche toda como guirnalda por toda la cara. Apurado te bajo la bombacha y nos ponemos hasta la jeta. Te das vuelta y te pones boca abajo. Arriba tuyo, yo sigo buscando tu beso, el beso de la abeja obrera. Todo este calor es para vos, Celeste. El que quiere Celeste que no le cueste. Mañana va a ver cielo, Celeste. Todo este orgasmo es para vos, Celeste”. Ella escuchó todo esto callada y siguió callada un rato más. Me animé y le pregunté: “¿Y? ¿Mejoró algo la película?” Tardó en responderme: “Sí, hay que enganchar esas dos partes en un todo coherente, pero sí, me encantó.” “La canción esa que me hiciste escuchar también me gustó mucho pero para la película no la podemos usar porque parece triste” agregó. “Sí, la canción es triste y muy hermosa” le dije. Al toque pregunte: “¿Y qué música podríamos usar? ¿Sonic Youth?” “No” respondió Celeste. Y al toque me pregunta: “¿Y si hacemos la música nosotros?”
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