Tuesday, March 20, 2012

¡Cronos! ¡Se te enfría el puré!


Bueno, mirá a tu alrededor. Sí. Esto es el 2012. Ya van dos meses y medio de este, el año en el cual se termina el mundo según dicen que dijeron los mayas. Anda a saber. Bien, repasemos. Hace 50 años The Beatles editan el simple “Love me do” (sí, un disco chiquito de vinilo con dos canciones, una de cada lado) y graban “Please, please me”. Por estos pagos  se editaba música de la que no tengo información. Diez años después, en 1972 se publicaban discos tales como el primero de Roxy Music por allá o “La Bella Época”  de Pacífico en Argentina. Pasaron treinta años desde que se editó “Que están celebrando los hombres” de Nono Belvis y Kike Sanzol aquí y “Sulk” de The Associates en Inglaterra. Hace 20 años se editaban “Slanted and Enchanted” de Pavement y “Salud Universal” de Los Visitantes.  Por último quiero recordar que hace diez años se publicaron maravillosos discos como “Tres Cosas” de Juana Molina, “Sal” de Entre Ríos y “Yankee Hotel Foxtrot” de Wilco. 1962, 1972, 1982, 1992, 2002… 50, 40, 30, 20 y 10 años transcurrieron… ¿y? Estamos surfeando la herida del tiempo. Además me viene bien escribir estas efemérides para introducir uno de los temas de este post: si leí bien sus comentarios, me quedo la idea de que el crítico británico Simon Reynolds afirmó que en estos últimos diez años casi no había pasado nada con el rock y sus derivados. Vamos por partes con este concepto.

La contracultura: ese objeto cultural preciado

 El argumento de Reynolds se basa en que en décadas anteriores cada estación de la corriente contracultural de rock (llámese psicodelia, punk, post punk, etc.) traían innovaciones estéticas que representaban algo a nivel social y que en esta década del nuevo milenio cualquier innovación sonora que se presentó no tuvo impacto notorio en la gente. Hubo buena música pero esta no le representa a la sociedad lo que la música antaño solía representarle. Para empezar puedo señalar que la falta de perspectiva de que da la escasa distancia entre lo que pasa y como elaborarlo hace ardua la tarea de encontrar significativa a cierta música en cuanto a lo social se refiere. También cabe pensarse si hoy hay lugar para las revoluciones musicales después de tanta agua que pasó bajo el puente. En los sesentas y setentas estaba todo por inventarse y es por eso que cada nueva expresión, cada nuevo lenguaje intentado era saludado con tanto entusiasmo. Hoy ya no hay tanto por inventar. Por otro lado también hay que poner en duda si la idea de una innovación que deja su lugar a otra innovación es un camino digno a seguirse, puede que sea el momento de pensarse si ese camino ya se agotó. También me parece injusto que se mida al presente con el mismo patrón que el del pasado sabiendo que tan distintos son los tiempos y que enorme que es hoy el acceso a la información. Yo soy de los que cree que el enorme cantidad de información que tenemos hoy a disposición está matando a la historia, parece que el fin oculto de toda esta tecnología de la información es borrar la historia pero ese es un arduo tema para otra ocasión y muy probablemente para otro escriba.

La contracultura: ese objeto cultural preciado que nos legaron algunos autores.

 Pensalo bien: la idea de un sistema contra el cual hay que oponerse, la idea de cambiar al mundo, la idea de un mundo injusto que puede ser reemplazado por un mundo mejor vendría a ser la raíz de toda contracultura. Luego tenemos que reconocer que esa idea la leímos en alguna parte. La contracultura es una mercadería más que me vendió el librero, el kiosquero, el dueño de disquería, etc. Ya lo supo admitir Symns: la revista que habla de subvertir el orden social es comercializada dentro del orden social al que se opone. Visto de esta manera no hay adentro y afuera del sistema. Todos estamos dentro con la excepción de los marginales que no tienen ni tiempo ni dinero para poder pensar en un orden establecido, tan solo están sobreviviendo. El posmodernismo nos vino a decir tan solo ayer que nos tenemos que conformar con el estado de las cosas, que cada intento de subvertir el orden fracasó. Con la lección bien asimilada parece que el mundo se olvida de soñar con ser libre y esto se corrobora con la música que impera. Pero hay otras músicas anónimas sucediendo. Pasaba ayer y sigue pasando hoy ¿Y por qué?

El síndrome Billboard

La revista Billboard es una publicación norteamericana que, hasta donde yo sé, no recomienda que música escuchar sino que muestra que música es la más escuchada por la gente. Lo curioso es que la gente nunca eligió, la radio eligió por ellos. Y la radio es el órgano de difusión que tienen los sellos discográficos. Escuchamos lo que ellos necesitan vendernos. Hace más o menos cinco o siete años conseguí unos discos con archivos mp3 que traían los charts con las 100 canciones más populares según Billboard entre los años 1959 y 2001. 43 cds, 4300 canciones a modo de muestrario de algo de lo más popular de aquellos tiempos. Cuando llegue a repasar los ochentas me asombro ver que casi conocía todas las canciones, cosa que no me había pasado con los archivos de décadas anteriores, por ejemplo los sesentas. Acá, en Argentina, la programación radial era casi la misma que en EEUU. Los mismos sellos que vendían sus productos allá también los vendían acá. Nuestra FM local funcionaba a la tutela cultural de la mega potencia que también nos regía en lo político. Pero lo verdaderamente llamativo es que cuando Internet se popularizó y con esto se abrieron nuevos canales para acceder a la música que no se difunde comercialmente, la gente no modificó sus hábitos de consumo sustancialmente. No entramos a Internet a averiguar sobre rock polaco o pop filipino o música under de China, entramos para ver los charts anglosajones de éxitos. Esto es el síndrome Billboard: seguimos escuchando lo que nos acostumbraron a escuchar. Por eso hay música que aun hoy, en 2012 y con todo el acceso a la información que se tiene, sigue siendo secreta. Y la única forma que hay para deje de ser secreta está en ti y en mí.

La contracultura: ese objeto cultural preciado que estará en tus manos

Hace unos años el periodista Pablo Schanton aprovechaba una nota que escribió para la revista Inrockuptibles para pasarles factura a sus colegas. En esa nota decía que los periodistas de rock vernáculo deberían molestarse en informarse más y que tenían que cultivar y divulgar formas de criterio más personales. Fue un periodista dándoles un tirón de orejas a sus colegas. Yo digo que ya es tiempo que el rock y su discurso de contracultura nos pertenezcan a nosotros, los oyentes. Uno puede sentarse a esperar que la radio cambie su programación, a que la revista cambie su contenido, a que aparezcan libros que hable de nueva música pero será una estéril espera. No creo que nada nazca de esa espera. El periodismo de rock se mueve y se expresa en un código que solo cambia esporádicamente. Hace poco me acordaba como la revista Expreso Imaginario publicaba una nota presentando la novedad de Joy Division allá por inicios de los ochentas comparándolos con grupos progresivos en boga por acá en aquel momento como Genesis. O como la revista Revolver buscaba ocupar un lugar atacando solapadamente a la revista Esculpiendo Milagros en una nota sobre Divine Comedy en la que se hablaba a favor de este grupo y en contra de… ¡Legendary Pink Dots! Estos ejemplos de análisis crítico de la música solo se pudieron dar en Argentina y en esa circunstancia del consumo musical. Son muestras que indican la pasión y el gusto por defender ciertos principios y también las limitaciones inevitables que todo discurso tiene, tal como lo tiene lo que ahora estás leyendo. Las limitaciones de discurso y los recortes que se hagan de la realidad son algo que puede estar en nuestras manos. Inclusive puede que toda esta producción goce de mejor salud, sabiendo de qué hablamos de música sin recibir remuneración alguna, que hablaríamos de lo que nos apasiona, lo que nos concierne y no lo que nos conviene.

A la contracultura yo la vi por alguna parte

 Este post está encabezado por la foto de un grupo llamado Animal Collective. Un grupo que fue creciendo y mutando a lo largo de esta década en la cual no paso nada según Reynolds. El bueno de Simon supo alabar y votar en esas famosas listas de lo mejor del año a esta excelente agrupación que tuve el privilegio de ver en vivo en Argentina a fines del 2008. El tipo dijo que no paso nada pero viene de las leves revueltas sociales que supieron causar las raves por fines de los noventas. Luego siguió atento descubriendo maravillas estéticas que no conmueven a las masas. Por ende no representan nada revolucionario. También admite que las revoluciones de ayer quedaron inconclusas, sus promesas no se cumplieron. No creo que ni él ni yo creamos que en un disco, en una revista, en un libro, se encuentran claves para cambios sociales concretos, para alteraciones de la realidad. Pero la realidad también es otro discurso más, sujeto a cambios. La historia nos dice que ese discurso siempre fue alterado por los que tienen poder. Cuando nosotros, los anónimos habitantes de todas las ciudades, tomemos como nuestra la tarea de cambiar el discurso de la realidad, entonces vamos a cambiar el mundo. No estaría nada mal empezar como oyentes diciendo que queremos escuchar. Y en nuestros deseos van a nacer nuevas músicas. Yo creo que en Animal Collective algo de esto está pasando.

1 comment:

Pequeño Saltamontes said...

Grandísima nota, de lo más interesante que te he leído en los últimos tiempos.

Hablando de: Creo que la razón por la cual hoy difícilmente puedas encontrar movidas contraculturales como la de los años sesenta/setenta, de esas que podían iniciarse en discos o libors y que se trasladaban a las calles. Más allá del punk no te olvides que por esos años despuntaba también la generación Beat de Kerouac y Ginsberg, y que por estos lares la agitación/inestabilidad sociopolítica era moneda corriente (no solamente en Latinoamérica, en USA los hippies copaban la parada, en Africa montones de países alcanzaban la ansiad independencia, Francia y su mayo del 68, etc, etc)

El auténtico denominador común de los últimos años es el capitalismo. Y su triunfo definitivo, a fines de los ochenta/principios de los noventa, terminó por marcar la pauta de las últimas generaciones (a las que adscribe este servidor, por ejemplo) El capitalismo aniquiló las ganas de armar revoluciones, aniquiló la iniciativa, el hambre de progreso, de inconformismo.

Hoy vemos anarquistas de plástico, punkys adolescente que terminan estudiando abogacía en alguna universidad privada, etc, etc, algo que viene a tono con lo que nos propuso el hijito nefasto del capitalismo, el neoliberalismo: sentarse y dejar que todo pase, que el sistema tal como nos rodea ya se va a encargar de disponerlo todo por nosotros, y mientras mirábamos la tele, entrábamos en salas de chat o ahora boludeamos en redes sociales todo se va acomodando tranquilamente para que no tengamos que quemarnos la cabeza pensando demasiado. ¿Podemos esperar una generación peleadora, revolucionaria, cuando lo único que se nos transmite es apatía, conformismo?

Y miráa, no sé si lo que la Internet se propone es borrar la historia. Pero así como vos señalás que hay gente que solo entra para ver los elegidos del Billboard y los nominados al Oscar, también hay gente (como quien escribe) que fue gracias a la Internet que pudimos descubrir grandes gemas del cine cubiertas bajo la niebla del tiempo y que jamás habríamos visto en El Mundo del Espectáculo (no hablo de pop finlandés ya que siempre fui paja con la música, de una forma u ota). O sea, películas como El Topo, Eraserhead, artistas como Pasolini o Wong Kar Whai. Lo importante es tener la iniciativa de ir a buscar, de animarse a probar, de querer ver algo diferente.

Y mirá: sirvió también para que en muchos casos podamos alejarnos de medios como la tele o la radio, en los cuales tenemos que conformarnos con lo que eligen mostrarnos, para que nosotros elijamos qué es lo que queremos ver y sobre qué queremos informarnos, una excelente vacuna para inmunizarnos contra las imposiciones de “tendencias”, “modas”, etc. La Internet nos ayudó a marcar un camino a los que siempre nos quedábamos con ganas de más.