El viernes me sorprendió mi amigo Alberto (con quien hemos hablado en varias oportunidades de Brian Wilson y Litto Nebbia, entre otros asuntos musicales) pidiendome que consiga entradas en plateas para el Sábado para él y para mi ya que me invitaba. Lo dude un toque y ahí sobre el pucho me decidí y fui a buscar las entradas. Llegue al ND Ateneo de una manera muy complicada y ya fuera del horario de venta de entradas pero fueron tolerantes conmigo (creo que lo son por el simple hecho de tratar de vender el mayor número de entradas). Conseguí dos plateas a $50 en fila 3, a unos pasos del escenario, excelente ubicación (todavía le debo plata a Alberto y no se muy bien como devolversela). El mismo Sábado arreglamos encontrarnos en un lugar bien distinto al que finalmente resultó ser el lugar de encuentro, mientras Alberto me miraba impaciente comerme unos ravioles con mucha calma (dato que me remarcó en varias ocasiones durante la noche), me comentaba lo que sentía con respecto a la fecha. Tomamos el tren a Once, el 132 hasta Paraguay al 900 y allí, casi inmediatamente, me encontré con mi amigo David que hacía tres años que no veía. Ya lo imaginaba presente en estas fechas de reunión de Los Gatos Salvajes luego de 40 años homenajeando su único disco. Lo que nunca me imaginé es a mi mismo en esas fechas, porque, tengo que ser sincero, todo esto me olía a una rancia nostalgia mal concebida, pero muy grande fue mi error y el recital se encargó de demostrarmelo. Realmente lo disfrute muchisimo (en especial la canción Marian que aun recuerdo con mucha emoción), de hecho una parte de mí no dejaba de sentirse un ladrón, agarrado como garrapata a la emoción de otros pero es una sospecha que la frescura y la energía de la música se encargo de despejar. En serio, fue genial. Como recital y como experiencia, me reencontré con viejos y olvidados amigos y pude recrear, aunque sea de segunda mano, la sensación que aquella generación vivía en sus días. Siento que algo de esa ingenuidad nos haría falta en el presente, al menos para accionar nuevos mecanismos de comunicación y de reflexión más allá del escepticismo o cinismo imperante. Había que cambiar el mundo y todavía no se logró ¿recuerdan?
Bajar es lo menos: nos demoramos a la salida del recital buscando un autografo de fan, Alberto consiguió que su ticket lo firmará el bajista pero andabamos en busca de la firma del gran Ciro Fogliatta. Cuando llegamos a Once descubrimos que ya no había trenes hasta las seis de la mañana y eran las dos. Para aumentar la desazón, no había bares abiertos a la vista y tuvimos que vagar hasta Callao y Corrientes para encontrar algo abierto, una lágrima. Pero el tiempo pasó rapidamente mientras hablamos de todo. Hoy, mientras posteo esto, ya pienso cuando voy a copiar el cd que ya me pasó Alberto y ambos estamos esperando el disco en vivo. Bueno, para cerrar, un par de datos, anduvo Andres Calamaro cantando canciones de los ´80s de Litto junto al susodicho. Hubo algunos problemas de sonido pero fueron lo menos importante. Lo importante fue el BEAT, esa loca música del pasado que hoy brilla en nuestras orejas, ese irrecuperable pasado que yo nunca viví pero que cuando escucho a Los Gatos Salvajes lo siento mio también.
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