Acostado en la cama, Evaristo fue testigo por varias noches
de un acontecimiento que, aun hoy, no sabe como explicárselo. Sin motivo
aparente, a través de las rendijas de la persiana del dormitorio que compartía
con su hermano, veía un punto de luz intensa que pasaba flotando lentamente.
Siempre se movía en línea recta, siempre en la misma velocidad, siempre de
derecha a izquierda. Evaristo no soporta la idea de que lo inexplicable se le
aparezca así, frente a su nariz, sin buscarle un marco racional donde ubicarlo.
Entonces empezó a crearse explicaciones para poder mantenerse calmo. “Es un
ladrón, pasando con una linterna, mirando si en la pared hay vidrios o alambre
que impidan que se trepe y pase a robar a nuestra casa”. Pero no podía ser algo
hecho a pulso humano, era imposible imaginarse a alguien caminando sobre un
piso irregular, sin mirar por donde va, sin tropezar, sin cambiar ni ritmo ni
posición del punto de luz. “No, no es un ladrón”. “Es un avión”. Tenía sentido,
el punto de luz pasaba en horarios regulares: de diez y media a once de la
noche. Pero era muy brillante. Un efecto óptico como ese tenía que venir
acompañado de un sonido fuerte. Pero no. El punto de luz desfilaba silencioso y
bien brillante. “Debe haber una explicación racional y yo no la sé”. El
fenómeno se repitió varias veces hasta que una noche pudo sentir terror. El punto de luz apareció como le era habitual
pero esta vez el pequeño perro del vecino iba ladrándole salvajemente. Evaristo
escuchaba con claridad que el ladrido del perro seguía con exactitud la
posición del punto. Era algo flotando sobre la cabeza del perro y el animal y
Zusrael lo veían. Entonces él decidió salir a contárselo a todo aquel que
quisiera escucharlo. Y llovieron explicaciones pero ninguna convincente.
Después de unas semanas el punto apareció por última vez, “a despedirse” según
palabras de Evaristo, porque el punto fue en línea recta para, a medio camino,
empezar a elevarse, en dirección diagonal, para luego desaparecer de vista.
El perfume de lo irreal
Era una calurosa noche de verano y, en el horizonte, se
aproximaba una tormenta. Evaristo ubico uno de sillones cerca de la TV y puso
el ventilador apuntando a su cuerpo. El ventilador estaba cerca de una ventana.
El equipo reproductor de DVD estaba funcionando y le permitía ver la película
“Meet Joe Black”. En ese film Brad Pitt personifica a la muerte. En un momento
de la historia la muerte va a visitar a una paciente agónica y le lleva un ramo
de flores, quizás las flores son para alguien más, pero igualmente se aparece
en la habitación de la mujer con flores en sus manos. En ese preciso instante,
Evaristo percibe que el aire se llena de perfume de flores. De inmediato piensa:
“Deje la ventana abierta y el ventilador me trae el aroma de algún jardín
cercano”. Se puso de pie para ir a cerrar aquella ventana y así evitar que la
lluvia, a punto de desatarse, entre a su casa. Cuando llego hasta la ventana,
notó, perplejo, que la ventana estaba cerrada. La abrió y ningún olor a flores
se podía sentir.
Esas voces en las noches ventosas.
Ya le ocurrió dos veces. Las circunstancias fueron
similares. Dos noches distintas, bien separadas en el tiempo. Varias horas
después de medianoche, quizás a las dos o tres de la mañana, hay una pareja,
aparentemente joven, llamándose a los gritos, en el medio de un viento intenso.
Siempre le da la impresión de que la chica llama al chico diciéndole algo muy
parecido a “¡Vení!” a lo que el pibe responde con un grito imposible de
descifrar pero que se nota que es una negativa a obedecer. La voz del muchacho
siempre suena imposible de descifrar en lenguaje ordinario y la voz de la chica
siempre va subiendo de volumen, cual si estuviese acercándose a la casa de
Evaristo. Esta llamada-respuesta se repite unas cuatro o cinco veces en cada
oportunidad mientras nuestro narrador se revuelve, inquieto, ansioso, en su
cama, sin nunca animarse a levantarse a ver qué pasa. Sera quizás porque las
voces nunca le terminaron de sonar del todo…humanas.
El que está de pie en las sombras, detrás del tejido.
Llegó Evaristo a su casa y su perro Plutonio no dejaba de
ladrar hacia la ligustrina del fondo del terreno. Plutonio iba y venía ladrando
y buscando con la mirada a su dueño y luego inspeccionando las sombras buscando
una sombra en particular. Minutos después Evaristo también alcanzó a verla. Una
sombra entre las sombras. Inmóvil, como esperando que la amenaza pase. Zusrael
también se quedo quieto hasta que recapacitó y fue a buscar una linterna pero
cuando volvió la sombra ya no estaba allí. Por unos días se pudo calmar
asumiendo que aquella sombra era un ladrón agazapado que luego huyó cuando vio
que el atraco se le hacía imposible. Meses después Plutonio volvió a pasar por
ese estado de ladridos desesperados, anunciando que alguien merodea. Evaristo
salió a la fría noche y Plutonio se calló. Instantes más tarde escuchó a su
vecino abrir su portón con unas llaves y cuando se asomó a saludarlo no
encontró a nadie allí. Acto seguido, alguien acomodó con una mano la media
sombra que el viento quería levantar y que finalmente levantó. No había nadie
del otro lado del tejido. Las luces estaban prendidas y aquella presencia
tratando de acomodar la media sombra no proyecta sombra alguna.
¿Quién sabe que son esos signos?
Los sonidos de golpes en la pared de su casa cuando Evaristo
recién se mudó. Esa conversación entre una madre y su hijo que Evaristo creyó
que venía del televisor que él supuso que dejo encendido sin querer para luego
llegar y encontrar la TV apagada. La vez en que creyó que la casa lo estaba
“empujando hacia afuera” cuando estaba escuchando la canción “Penas” de Sandro
y le pareció que escuchó lamentos que venían de afuera de la casa. Se asomó por
la puerta y la puerta empezó firmemente a empujarlo como si quisiese
expulsarlo. Signos. Marcas de lo imposible que se quedan en la memoria
¿Fantasmas? ¿Alucinaciones de la soledad? ¿Los inventos de la mente para
mantenerse alerta? ¡Quien pudiera saber! Evaristo cree que el sabor de la noche
está en esas grietas. Yo no sé, mis fantasmas no me abandonan.
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