Bueno, mirá a tu alrededor. Sí. Esto es el 2012. Ya van dos meses y medio de este, el año en el cual se termina el mundo según dicen que dijeron los mayas. Anda a saber. Bien, repasemos. Hace 50 años The Beatles editan el simple “Love me do” (sí, un disco chiquito de vinilo con dos canciones, una de cada lado) y graban “Please, please me”. Por estos pagos se editaba música de la que no tengo información. Diez años después, en 1972 se publicaban discos tales como el primero de Roxy Music por allá o “La Bella Época” de Pacífico en Argentina. Pasaron treinta años desde que se editó “Que están celebrando los hombres” de Nono Belvis y Kike Sanzol aquí y “Sulk” de The Associates en Inglaterra. Hace 20 años se editaban “Slanted and Enchanted” de Pavement y “Salud Universal” de Los Visitantes. Por último quiero recordar que hace diez años se publicaron maravillosos discos como “Tres Cosas” de Juana Molina, “Sal” de Entre Ríos y “Yankee Hotel Foxtrot” de Wilco. 1962, 1972, 1982, 1992, 2002… 50, 40, 30, 20 y 10 años transcurrieron… ¿y? Estamos surfeando la herida del tiempo. Además me viene bien escribir estas efemérides para introducir uno de los temas de este post: si leí bien sus comentarios, me quedo la idea de que el crítico británico Simon Reynolds afirmó que en estos últimos diez años casi no había pasado nada con el rock y sus derivados. Vamos por partes con este concepto.
La contracultura: ese objeto cultural preciado
La contracultura: ese objeto cultural preciado que nos legaron algunos autores.
El síndrome Billboard
La revista Billboard es una publicación norteamericana que, hasta donde yo sé, no recomienda que música escuchar sino que muestra que música es la más escuchada por la gente. Lo curioso es que la gente nunca eligió, la radio eligió por ellos. Y la radio es el órgano de difusión que tienen los sellos discográficos. Escuchamos lo que ellos necesitan vendernos. Hace más o menos cinco o siete años conseguí unos discos con archivos mp3 que traían los charts con las 100 canciones más populares según Billboard entre los años 1959 y 2001. 43 cds, 4300 canciones a modo de muestrario de algo de lo más popular de aquellos tiempos. Cuando llegue a repasar los ochentas me asombro ver que casi conocía todas las canciones, cosa que no me había pasado con los archivos de décadas anteriores, por ejemplo los sesentas. Acá, en Argentina, la programación radial era casi la misma que en EEUU. Los mismos sellos que vendían sus productos allá también los vendían acá. Nuestra FM local funcionaba a la tutela cultural de la mega potencia que también nos regía en lo político. Pero lo verdaderamente llamativo es que cuando Internet se popularizó y con esto se abrieron nuevos canales para acceder a la música que no se difunde comercialmente, la gente no modificó sus hábitos de consumo sustancialmente. No entramos a Internet a averiguar sobre rock polaco o pop filipino o música under de China, entramos para ver los charts anglosajones de éxitos. Esto es el síndrome Billboard: seguimos escuchando lo que nos acostumbraron a escuchar. Por eso hay música que aun hoy, en 2012 y con todo el acceso a la información que se tiene, sigue siendo secreta. Y la única forma que hay para deje de ser secreta está en ti y en mí.
La contracultura: ese objeto cultural preciado que estará en tus manos
Hace unos años el periodista Pablo Schanton aprovechaba una nota que escribió para la revista Inrockuptibles para pasarles factura a sus colegas. En esa nota decía que los periodistas de rock vernáculo deberían molestarse en informarse más y que tenían que cultivar y divulgar formas de criterio más personales. Fue un periodista dándoles un tirón de orejas a sus colegas. Yo digo que ya es tiempo que el rock y su discurso de contracultura nos pertenezcan a nosotros, los oyentes. Uno puede sentarse a esperar que la radio cambie su programación, a que la revista cambie su contenido, a que aparezcan libros que hable de nueva música pero será una estéril espera. No creo que nada nazca de esa espera. El periodismo de rock se mueve y se expresa en un código que solo cambia esporádicamente. Hace poco me acordaba como la revista Expreso Imaginario publicaba una nota presentando la novedad de Joy Division allá por inicios de los ochentas comparándolos con grupos progresivos en boga por acá en aquel momento como Genesis. O como la revista Revolver buscaba ocupar un lugar atacando solapadamente a la revista Esculpiendo Milagros en una nota sobre Divine Comedy en la que se hablaba a favor de este grupo y en contra de… ¡Legendary Pink Dots! Estos ejemplos de análisis crítico de la música solo se pudieron dar en Argentina y en esa circunstancia del consumo musical. Son muestras que indican la pasión y el gusto por defender ciertos principios y también las limitaciones inevitables que todo discurso tiene, tal como lo tiene lo que ahora estás leyendo. Las limitaciones de discurso y los recortes que se hagan de la realidad son algo que puede estar en nuestras manos. Inclusive puede que toda esta producción goce de mejor salud, sabiendo de qué hablamos de música sin recibir remuneración alguna, que hablaríamos de lo que nos apasiona, lo que nos concierne y no lo que nos conviene.
A la contracultura yo la vi por alguna parte