Friday, November 10, 2006

Enrique Symns

Me pasó en varias ocasiones. Al leer algunos de los textos incendiarios de este periodista, algo le empezaba a pasar a mi cuerpo. La manifestación de algo con las mismas caracteristicas de una enfermedad pero sin serlo. No era solo una inquietud del cerebro, todo el sistema nervioso se sentía conmovido por aquellas palabras. Lo leí en su revista Cerdos y Peces. Lo leí en El Porteño, en Fin de Siglo, en El Cazador. Regale a un amigo muy querido el libro El señor de los venenos que sacó para el 2004. Acabo de conseguir Big Bad City y lo leí casi sin interrupciones cuando el Sarmiento andaba para el orto un día de semana. Atascado en Once, pocas cosas hubieran sido mejores que leer a Symns. También tengo Invitación al abismo, una recopilación de textos antes publicados en revistas.
En varias ocasiones comparan a Enrique con Charles Bukowski. Gran error. Las distancias son grandes entre ambos. Bukowski no escribe con los ojos curiosos de Symns. Por otro lado, el infierno de Charles es más llevadero por ajeno, pero lo de Enrique es otra cosa. Es la observación minuciosa de un permanente buscador de inquietudes que parece siempre frustrado, irritado por el estado de las cosas. Su insistente inclinación a vagar por el lado oscuro del mundo lo vuelve, a veces, difícil de entender, pero, con todo, hay mucha maravilla en sus textos. La conmovedora lírica de un ánima en una estricta busqueda de la más amplia libertad. Son aquellos sueños revolucionarios y románticos los que lo dejan asfixiado en un busca de un extasis en la sombra de lo que hay. Me agrada cada vez que me da preguntas, me rompe las bolas con sus sentencias. Se lo puede adivinar lleno de un sentido del humor único pero falta a la labor de ponerlo en papel. Uno queda más impresionado por el impacto de él en otros, en todos los que lo rodearon y re-codificaron el fuego.
Como ya se dijo muchas veces, a través de sus letras se habla de todo un mundo under de propuestas innovadoras. Un mundo que pasó allá por los sesentas, los ´70s por allá (Brasil, España), los ´80s de vuelta a Buenos Aires. Es de admirar la sinceridad implacable con la que el tipo cuenta como vivió aquellos años. Pero al toque te preguntas: ¿Hacía falta contar todo y justo de esa manera? Pregunta inadecuada, una pregunta que seguro le harían los de club académico solo para acallar una de las pocas voces de lo otro, una vos para los bajos fondos, con todo lo bueno y malo de eso.
Nada de datos biográficos o sesuda crítica literaria (no porque no quiero sino porque no me alcanza), yo mejor te sugiero: anda a leerlo. Y puedo recordar cosas: como, sin querer, deschave al hijo reo de una ex guerrillera, que plagio descaradamente al Quique, adjudicandose los textos de Lechita como si fueran de él. Como trate infructuosamente que mis amigos le dieran bola. Como me rompió la cabeza el prólogo al libro de Los Redondos, como me puse de su lado sin pensarlo cuando se peleó con el Indio. Como escribió sobre Vera Land llamandola ¨Amor de mi vida¨.Las veces que pense en ir a verlo a algunos de los bares donde para y siempre me acobarde al final, temiendo que se de cuenta que yo sí soy un perejil al momento de charlar. Escuchar su monólogo en el pirata del Stud Free Pub, el pirata con mejor sonido de Los Redondos y lleno de inéditos. Sus fotos, con ese aspecto de hippie, guerrero de Medio Oriente, linyera, loco, poeta, con los ojos llenos de la tristeza más insondable, de la humanidad más enternecedora.
No puede haber comercio de la pasión. Ese es uno de los datos alentadores de la vida. La vida esta llena de cosas preciosas, aunque Enrique hace hincapie en señalarla como una cárcel cósmica. No puedo estar de acuerdo con vos, Jorge. O tal vez sí, es esta quizás la más maravillosa condena que nos toca alentar con todos nuestros minutos antes de volver a la nada que no nos espera.

2 comments:

Anonymous said...

+

maco said...

¿Más porque fue una buena nota o más porque me quede corto?
De cualquier manera, saludos!!!