Primero fueron los discos de “pasta”, los de 78 RPM (Revoluciones Por Minuto). Eran pesados, gruesos y frágiles. Sonaban ásperos y poco fieles al sonido original. Recordarlos me trae a la memoria toda una cultura pre-rockera de coleccionistas obsesivos y dedicados. Incansables recorredores de olvidadas tiendas, hombres sumergidos en su busqueda por rincones remotos buscando tango o blues o gospel o cualquier sonido secreto de las gentes.
Estos discos de pasta fueron el antecedente de los populares discos de vinilo de 33 y 45 RPM. Durante varias décadas los vinilos lo fueron todo.Aun en la actualidad se siguen haciendo pero por aquellos pagos. Yo empece a consumir música de mi signo cuando los vinilos, poco a poco, empezaban a desaparecer. Luego yo mismo me volví un buceador de disquerías buscando ítems desaparecidos.
Pero la música, en un comienzo, me fue heredada de mi hermano Juan Jose a través de los cassettes. Los cassettes y las grabaciones caseras produjeron un cimbronazo cultural en la década del ’70, trayendo el rock independiente y la música industrial, que se difundieron gracias a la circulación alternativa de cassettes. En el cassette está el inicio de mi amor por la música. También gracias al cassette podríamos apropiarnos de canciones de la radio, armar recopilaciones de acuerdo a nuestro antojo y copiar cassettes ajenos. El cassette era, y es, nuestro. (Nunca pudimos grabar nuestros propios vinilos) Ademas son más fáciles de transportar.
Más tarde, a mediados de los ‘80s aparecieron los cds, que en la década del ’90 consumimos tan avidamente. Tiempo después surgieron los cds vírgenes y otra vez se repitió el asunto de organizar música bajo nuestro criterio. Y con los archivos MP3 en computadoras, celulares y I-Pod poco a poco nos internamos en un nuevo territorio en el cual el soporte material para la música ya no es un objeto sino una herramienta tecnológica. No nos acordemos de los magazines, pero en cada una de las instancias previas siempre hubo una parte gráfica que considerar ya sea que hablabamos de discos de pasta o vinilo, de cassettes o de cds.
Cuando me refería a la música de mi signo no pensaba en un estilo en particular sino en ese gusto por observar detalles musicales y extramusicales. Siempre hay un algo más que decir en la música que no queda expresado en lo que suena. Son historias que quiere decir el músico y que queremos decir los oyentes. ¿Como suena la perplejidad? ¿O la curiosidad? ¿Porque la música de los vinilos suena tibia y con olor a papel amarillento? ¿Porque el sonido de siseo del silencio en las cintas tiene ese gusto metálico? ¿Porque hay artes de tapa hermosas y otras insípidas? ¿Se ponían al resguardo de algo todos esos músicos eligiendo nombres de grupo, canciones, albums con referencias a la literatura o al cine? ¿Como puede estar tan lleno de vida algo que solo es combinación de sonidos y silencios? ¿Puede el repiquetear del láser digital de los cds reemplazar la fritura de los vinilos? ¿Cuanto hay de nuestro y cuanto de otros en nuestras elecciones estéticas?
Porque nos presentan este cambio de soporte material a través de los años como “progreso”, siendo esta una palabra con connotaciones positivas para nuestras mentes. Pero yo prefiero pensar tan solo en diferentes circunstancias. Ninguna es, por naturaleza, mejor o peor que otra. Incluso para alguien como yo, que miró de soslayo la idea de los MP3 y toda esa franela de la música sin historia, ni arte de tapa, ni referencias, sé que esta “buena noticia” de hoy trae sus nuevas cosas buenas y malas.
Y al fin y al cabo, todo es amor o es miedo. La música es el llanto de una galaxia o el orgasmo de una nebulosa. La música es el grito de los chicos o el gesto lento de los ancianos. La música es todas las “ELLAS” que ame, y amo, en mi vida. La música sos vos, mi amor. La música es el terreno de mi timidez y de mi locura. La música es el espacio de todos tus sueños. Mientras tanto, mis pies beben tu viento.