1 – Año 2000. Festival en donde tocan los Sonic Youth. Voy
temprano para poder disfrutar de todas las músicas que me sean posibles. Entre
tantos nombres “alternativos”, sube a escena Leo García. Es él, una guitarra
criolla y unas bases pregrabadas. Adelante, cerca del escenario, los flacos no
se cansan de gritarle: “PUTO”, una y otra vez, con enojo alternativo. A Leo
parece no importarle. Más atrás, cerca de las mesas de sonido, están sus fans y
también estoy yo. También Cerati y su mujer. Cuando García canta su “yo hago el
amor por amor al arte” con su pasitos gays, el público parece aun más enardecido
que antes. Ira a flor de piel. Sus fans imitan el pasito de su ídolo. Yo me
divierto con el contraste “amor-odio” de aquellos “sónicos” y estos “chicos
pop”. Estos últimos todos varones y todos bien vestidos, a gran distancia de
nuestras remeras “indies”, en mi caso con la tapa de “Dirty”. Leo bajó del
escenario, vino para donde yo estaba ubicado, se reunió con Gustavo y Cecilia,
recibió el afecto de sus fans y se fue. Siempre me pareció más valiosa la
alegría de estos despreocupados trolos que la furia de mis hermanos rockeros,
tan machos ellos. Pagar la entrada de un festival, asistir y ladrar enfado es
un plan bastante pelotudo. El hecho de que sea una pelotudez no me parece algo
tan difícil de entender. Entonces ¿Por qué lo hicieron?
2 – Ya lo sabemos. El mundo está como está porque el que
manda es el miedo, no el amor. Alto cagazo, el que tenían (y quizás siguen
teniendo) esos machitos de los alaridos. Quizás pensaban: “Que no se confundan
conmigo, YO NO SOY PUTO.” Es una lástima que todavía no inventaron los
galardones a los más machos.
3 – Y es una enorme alegría que escribieron, editaron y
reeditaron un libro como este que hoy estoy comentando. A propósito deje afuera
del título de este post el subtítulo de esta obra: “Los gays porteños en la
última dictadura.” Lo deje afuera para que el título quede más corto, también
porque ya figura en la foto del post. Sin embargo, ese subtítulo dice todo lo
que me llamó la atención como para comprar un ejemplar. No tanto por lo de
“gays” y más por lo de “dictadura”. Antes de comentar más, algo de historia.
4 – Supe de esta obra gracias a la labor de las gentes de la
revista “Los Inrockuptibles”. Fue en el número 61 de noviembre de 2001. Era un
libro publicado por la editorial Sudamericana, tenía 223 páginas y salía 19
pesos. Mariano Valerio entrevistó a ambos autores. Leí la entrevista, leí los
comentarios de Silvia Delfino (coordinadora del Área Queer del Centro Cultural
Ricardo Rojas) pero no fui a buscar el libro, casi nunca voy a buscar libros
luego de leer reseñas. Yo soy de los discos. Pero la data quedó en la memoria.
5 – Este año el diario Página 12 está sacando la colección
“Biblioteca Soy”. Liliana Viola anda detrás de esta iniciativa. Ella escribió
el “pre prólogo” de esta edición de octubre de 2019 antes del prólogo de María
Moreno de la edición original. Hoy, el recorrido de aquellos noventas en el
2001, mientras recordaban los setentas, lo tenemos al alcance de la mano, en
los kioscos.
6 – Es una gran alegría, como venía diciendo, porque hay un
montón de cosas que va quedando claras luego de leer esta obra. Los autores
eligen entremezclar, con los testimonios de primera mano de los protagonistas,
textos académicos que analizan esos hechos y sus lecturas por parte de
homosexuales y heterosexuales. Tengo que confesar que se me hizo un tanto
pesada la lectura de las dos primeras partes pero se volvió muy ágil la lectura
de la tercer parte, más relacionada con las tensiones entre los movimientos de defensa de los derechos civiles de los
homosexuales con los grupos de la izquierda peronista y marxista, con quienes
buscaban sumar fuerzas. ¿Cómo se imaginan que reaccionaron los izquierdistas y
peronistas ante tal posibilidad en aquellos setentas?
7 – Este gran libro deja picando varios asuntos
estimulantes, según alcance a entender. El capitalismo como la nueva religión,
la religión definitiva, me animo a escribir ahora. La violencia que la
homosexualidad despierta en ciertas personas por ser el testigo de lo
improductivo y lo incontrolable en los seres humanos. El derroche de la lujuria
que no va a concluir en procreación alguna debe resultar problemático para
quienes solo valoran lo que apuntala y favorece la perpetuación de órdenes
sociales nocivos pero “productivos”.
8 – El recuerdo de las “teteras”. El recuerdo pleno, con
luces y sombras, de la figura de Néstor Perlongher, autor del que nada leí,
cosa que, ahora estoy pensando, debería hacer. El recuerdo de las “parties”. Todos
esos recuentos del pasado, leyendo, a su vez, con agudeza, aquellos presentes.
El neoliberalismo de los noventas terminó desembocando en una mercantilización
del deseo, donde no importa si sos bi, homo, hétero o lo que se te ocurra, con
tal que pongas tu dinero en circulación antes que cualquier parte de tu cuerpo.
9 – Perlongher intuía que una verdadera revolución social
podría ocurrir si los hombres socializábamos nuestros culos. Los autores
indicaron, las dos veces que escribieron acerca de esto, que Néstor lo decía
“medio en serio, medio en broma”. Más allá de las cuestiones de salud que hay
que pensar ante cada socialización de cualquier parte del cuerpo, el tema me
dejó pensando. Porque, en realidad, es mucho más lo que quedaría por socializar.
Que socializar, ante quienes, como, porque, varias interesantes preguntas para
seguir pensando.
10 – Cosas para más adelante. Ojala haya nuevas ediciones
ampliadas de esta obra con: lesbianismo, transexualismo, índice de obras para
seguir consultando, índice de nombres, una actualización en teorías y prácticas
sobre lo gay desde el 2001 hasta la actualidad.
11 – Antes de terminar de escribir este post recomendando
con alegría que consigan y lean este hermoso libro, quería citar algo puntual
de “Fiestas…” En la página 188 de esta edición hay una anécdota que me hizo
cagar de risa y que me mostró un lado que yo no conocía de alguien. Los autores
hablan de Silvio Rodríguez pero llamándolo “Silvia Rodríguez” en dos ocasiones
pero también nombrándolo como “el cantante”, dejando así en claro que el cambio
de Silvio por Silvia no era un error de escritura. Dos militantes gays chilenos
comparten con el cantautor cubano su teoría sobre de que trata la letra de la
canción “Unicornio”. Rodríguez no solo niega esta nueva interpretación de su
canción, redobla la apuesta a favor de la total torpeza al revelar lo que
cuenta “Unicornio”. Esta revelación tajante, inequívoca, desde ese momento y
para siempre difícil de poder dejar a un costado, tan solo sirvió para dejar
mal parado a Silvio y totalmente merecedor de ese irónico cambio de género que,
creo, los autores le endilgaron al imaginarlo ofendido ante tal denominación.
Que haya compuesto hermosas canciones no lo exime de quedar mugriento luego de
la doble pelotudez de contar de qué trata una canción y anular cualquier otra
visión de la misma en un solo movimiento. Mucho más hubiese ganado Silvio al
dejar sin explicar su canción, abierta a cualquier interpretación. Así es como
la poesía vive.
No comments:
Post a Comment