Thursday, November 01, 2018

Diego Fischerman – El Sonido de los Sueños (2017)



1 – Me gustaría comenzar este post sobre este libro con una anécdota extraída de una película. Años atrás apareció “24 Hour Party People”, un film acerca de las movidas musicales de Manchester desde fines de los setentas hasta comienzos de los noventas. Todo estaba hecho ficción pero basado en ciertos hechos reales, leídos desde cierta visión de las cosas. Uno de los protagonistas, Tony Wilson, les decía a sus amigos, “(...) El jazz es el último refugio de los sin talento. Los músicos de jazz disfrutan mucho más de lo que tocan que cualquiera que los esté escuchando”. Todo esto dicho mientras escuchaban a los A Certain Ratio mutar del avant-funk de antaño a algo con aires latinos en la noche de apertura del club The Hacienda. De algún modo, algunos de ellos se sentían traicionados por este cambio. Pero a mí me llamó la atención esas frases del bueno de Wilson.
2 – En la película Tony decía en serio lo que decía, vaya uno a saber si el verdadero Tony Wilson pensaba así. La impresión que me quedó es que el director del film puso esto en la boca de ese personaje como un chiste, toda la película es como un homenaje lleno de sentido de humor y algo de afecto a este personaje y a toda la movida de Manchester. Pero, más allá de si hablaba en serio o no, la frase polémica tiene su asunto a pensar.
3 – Como cuando Frank Zappa decía: “El jazz no está muerto pero huele raro” o los que afirman que es una forma artística que ha dejado de innovarse y se repite a sí misma una y otra vez; lo cierto es que, desde ciertos sectores del mundo del rock, el jazz es o glorificado de manera exagerada o subestimado de manera acrítica. Y en ambos casos se lo mantiene al margen, lejos de contaminarnos. Algo similar también sucede en sentido contrario, los del mundo del jazz toman al rock y sus derivados casi como una peste, como músicas empobrecidas desde su concepción, ni que hablar de su consumo.
4 – Pues bien, toda esta larga introducción para hablar de uno de los autores que no le teme a la mezcla de los mundos y que nos invita amablemente a que dejemos estas confusas generalizaciones de lado y nos pongamos a disfrutar de ciertas músicas con la mente más abierta. Diego Fischerman escribe de tal manera que uno deja preconcepciones de lado y se dispone a escuchar Las Variaciones Goldberg de Glenn Gould para encontrar con sorpresa que uno ya conocía algo de esas músicas. Es lo que Hannibal Lecter escuchaba en su celda antes, durante y luego de boletear a dos canas en la gran película “El Silencio de los Inocentes”. Puedo leer acerca de Mbongwana Star y sentir que ahora somos dos los apasionados por esos sonidos africanos. Al menos por estos lugares, yo no tuve el placer de leer comentario alguno sobre ellos en nuestros medios. Spinetta, The Beatles, Billie Holiday, XTC, Jaga Jazzist, Luciano Berio, Maria Elena Walsh, Joni Mitchell, Pink Floyd, etc, etc. El sonido de los sueños es una recopilación de notas que han aparecido en  suplementos de diarios y diversas publicaciones, hoy reunidos para deleite de los lectores.
5 – Yo ya había leído anteriormente, en el 2013, un libro que Diego Fischerman escribió en colaboración con Abel Gilbert llamado Piazzolla El Mal Entendido acerca de aquel célebre innovador del tango. Este es también un excelente libro, tal cual El sonido de los sueños. Pero para poder disfrutar más de aquel libro, hoy me queda la impresión que debería volver a el pero acompañado por algunos de los discos de Astor, para poder decodificar mejor algunas descripciones que me quedaron a medio cocinar. De hecho, algo similar a eso estaría bueno que lo hiciese con respecto a este libro que hoy me ocupa.
6 – Cuando termine de leer este libro me quede pensando en cuanto de jazz tenía yo incorporado de mis escuchas. Yo habría dicho bastante poco, si alguien me lo hubiese preguntado alguna vez, pero, cuando lo pensé más y mejor, mi di cuenta que no era tan así. Las afinaciones no convencionales de las guitarras de Sonic Youth, la psicodelia del segundo disco de Soft Machine, la maravillosa canción “The Duchess” del excelente disco “Shleep” de Robert Wyatt, las líneas de bajo “caminantes” de la canción “Tea in the Sahara” de The Police, el fabuloso primer disco de los Henry Cow (del cual un amigo al escucharlo me dijo “eso es jazz”, lo cual no es tan así, pero tampoco tan lejos de ser así), el pop multiforme de Captain Beefheart, el post rock de Tortoise, las improvisaciones de Syd Barrett en aquel primer Pink Floyd, el pop de Otomo Yoshihide, el cuelgue percusivo de los Can y más artefactos. En ocasiones, escucho más jazz del que tomo conciencia. Si bien yo escucho básicamente discos con canciones, concebidos dentro de los mundos del rock y del pop, siempre estoy esperando el momento en el cual los músicos tomen ese formato convencional para llevarlo a otras tierras o que le agreguen cosas inesperadas, ese enrarecimiento que tanto placer me genera, que me despierta gratitud hacia los creadores.
7 – Como pudieron leer más arriba, yo escribo como algo de lo que he leído. En varias ocasiones, solo les mencione canciones o discos puntuales, no la carrera completa de alguien. De hecho, en mi colección hay muy pocos casos en los cuales me encargue de conseguir todo lo que algún músico o grupo de músicos editó. Pero Diego, en varias ocasiones hace eso, te habla de carreras completas, como cuando habla de Miles Davis. Yo recuerdo de este músico de jazz su excelente disco “On The Corner” pero casi no recuerdo haber escuchado nada más de él. Esta concepción de las músicas, escucharlo todo de alguien y sacar uno las propias conclusiones, a mi me sigue sonando, por algo poco razonado de mi parte, a un acercamiento prohibitivo. Pero ahora las discografías están ahí, necesitas el tiempo, la disposición del ánimo y, quizás, algún tipo de archivo de escuchas en la mente y con todo eso ya vas listo a conmoverte.
 8 –Porque uno de los puntos a favor de leerlo a Fischerman es que él vuelve próximo aquello que parecía no estarlo, por esos cuentos mal concebidos de lo que es “buena música” y lo que no lo es. No me quedo la impresión en que se moleste en denostar, él tan solo te muestra eso que le pareció valioso. Todo lo demás será valioso para alguien más. Acá no hay espacio para el fastidio por quienes hacen siempre la misma música, acá consideramos a los que buscan por todas partes. Una óptica más estimulante, según veo.
9 – Fischerman también se toma la molestia de delimitar con precisión sus zonas de exploración. Como ya sabemos, hay músicas, al leerlo descubrirán que él deja bien claro los limites de eso sobre lo cual él eligió escribir. Es especialmente claro en eso en su artículo “Lo que se escucha. Lo que se entiende” de la página 199.
10 – Por último, Diego se encarga de recordarnos de lo subjetivas que son nuestras elecciones sonoras, en especial justo cuando el libro termina, en su especial homenaje a Luis Alberto Spinetta, alguien quien también disfrutaba de llevar al jazz a sus canciones pop. Ese precioso truco del lenguaje que Fischerman escribe en esa última línea, lo último de todo, en la página 249. Si conoces la canción, el tipo te hace seguir la letra y te la deja cantando. Vas siguiendo la melodía en tu cabeza, en ese luminoso costado de tu cabeza y, de repente, él ya no escribe más y uno se queda diciéndose a si mismo esa frase. En voz alta o en silencio. Y te pones a llorar. Y te da felicidad que hay músicas así, te da felicidad que te regalaron un libro así. La felicidad te hace llorar.
11 – Entonces, por eso. Por tantas cosas más que no entran en un post de un blog. Por tantas cosas vivas que se mueven en las músicas, vos también vas y te conseguís este libro. Lo lees y también te asombras, como me asombre yo.


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